Colas por todos lados. Me voy para Margarita y la cola para el ferry «full» de tierrúos que también quieren ir a playa El Yaqué, ¿te acuerdas?, aquellas arenas blanquísimas solo reservadas para la gente «chic» como nosotros.
Agarro para el aeropuerto y lo mismo: colas en todos los mostradores de las líneas aéreas con destino a las islas del Caribe, en otros tiempos de nuestro exclusivo uso y disfrute, y de unos años para acá repletas de esa chusma que ahora se cree con derecho a montarse en avión.
No me queda, mi amor, más remedio que resignarme a viajar desde La Bandera, soportando ese repugnante olor a pobre que tanto me choca ¿y me puedes tú creer que la cola le daba la vuelta al terminal?
¡Ya no aguanto una cola más! Si es el banco la misma cosa. Vas a los telecajeros y cola para sacar dinero.
¿De cuándo a acá los pata en el suelo tienen derecho a tener real?
Vas a pedir un crédito y la cola es bestial porque sucede que ahora con eso de los prestamos a bajo interés, cualquier limpio puede abrir una cuenta y tener tarjeta. ¡Habrase visto!
Colas para ir al cine. Yo no entiendo cómo hacen para pagar esas entradas carísimas y de paso comprar el combo de cotufas y refrescos. ¿De dónde sacan esos esdientáos tanto real?
Colas para restaurantes en los que antes tenían aquel hermoso cartelito que decía «se reserva el derecho de admisión», que era garantía de que no te ibas a sentar a comer al lado de un marginal.
¡Y lo último! Las colas de esos viejos inservibles que ahora cobran Seguro Social, en vez de estar llevando agua sucia con la manguera que les pegaba Antonio Ledezma cuando era gobernador, pero no como éste alcalde de ahora que se la pasa inaugurando teatros y remodelando plazas, como si la ciudad fuera para esa gentuza y no para quienes tenemos alcurnia.
¡Esto es el colmo!