En la estructura del discurso mediático burgués se ha modelado, para sus líderes y liderazgos, un estereotipo cultural de tipo gerencial que se aplica de manera indiscriminada y tramposa.
En ese estereotipo el líder no es más que un “empleado” efímero modelado sumisamente para aceptar, a toda costa, ser útil al patrón hasta que la voluntad del que paga lo decida. Ese estereotipo gerencial se aplica incluso a las figuras políticas y así, resulta que un líder burgués lo será sólo mientras sus patrocinadores quieran. ¡Úsese y tírese!
Otra cosa distinta es el papel de un líder social nacido de la lucha, desde las bases y mandatario de acuerdos colectivos. Otra cosa muy distinta es ser un líder popular cuyo papel emerge desde abajo y cuyas tareas son modeladas por las prioridades concretas de la lucha revolucionaria. Otra cosa muy distinta es ser un líder revolucionario cuya presencia en las tareas de la lucha depende de la voluntad del consenso de quienes lo sustentan.
Está de moda en los “medios de comunicación” oligarcas, fabricar líderes para hacer creer que es “democrática” su ideología consumista del liderazgo. Quitan y ponen “líderes” como quien quita y pone adornos para sus pachangas.
Los líderes y los liderazgos socialistas deben su sobrevivencia al crisol diario de las luchas. Quien se aleja de ellas pierde piso. Su fuerza es la fuerza del consenso dinámico, haga lo que haga, diga lo que diga, los liderazgos no se implantan al antojo de los caprichos patronales. Aunque lo parezca a veces.
El líder de bases socialista es un vaso comunicante que pone al servicio de la lucha sus talentos, energías y trabajo. No se fabrica limpiándole los zapatos al jefe ni en los laboratorios de guerra psicológica publicitaria. Un líder revolucionario es hijo de la lucha, es aquel que entrega la vida para que la voluntad del consenso lo ponga en el sitio necesario durante el tiempo que la lucha lo exija. No es lo mismo un líder burgués que un líder socialista.