Por Beatriz Aiffil|Diáspora (Opinión)

Eso que los negros llamamos “diáspora” no es más que la dispersión forzada de gente africana en el mundo, de personas a quienes les prohibieron y se inhibieron luego de recordar sus orígenes y a quienes hoy en día les resulta menos doloroso olvidar la humillación.

La diáspora africana y la trata transatlántica de esclavos son procesos que marcan nuestra presencia en América y el Caribe, sin embargo la voracidad, la saña y la ambición por un lado y la vergüenza por el otro, inciden en el misterio, el desconocimiento, la eurocentricidad y superficialidad con que se abordan los mencionados procesos.

Novedosos proyectos tratan de reproducir las rutas o buscan vestigios históricos que puedan explicar la presencia negra en este continente y en nuestra sangre latinocaribeña, recurriendo incluso a recolección de material óseo que a través de estudios genéticos revele datos importantes sobre edades, sexos y salud de los pioneros; es decir de los cautivos de primera generación, y es posible que se pueda identificar de qué manera los esclavistas abusaron y violentaron al ser africano durante la esclavitud.

Pero para las y los descendientes de aquellos esclavos nacidos en América y el Caribe las proteínas e isótopos de carbono, nitrógeno, estroncio y oxígeno en los huesos y dentadura no nos servirán jamás para rehacer nuestros árboles genealógicos ni las dolorosas historias familiares.

Estamos más interesados en la conexión con nuestros antepasados para entendernos en nuestro ser y en nuestra espiritualidad, cosa imposible de resolver para los bioarqueólogos, genetistas, antropólogos e historiadores.

La reconstrucción subjetiva de cada historia familiar marcará la pauta en el afán de contribuir a asumir la parte concomitante que nos negamos debido al estado de alienación en que estamos sumidos los afrodescendientes que vivimos en suelo americano como resultado de la trata negrera.

Cada descendiente de esclavos debería romper esa pared que nos separa del pasado oprobioso y comprender que la vergüenza no es para nosotros sino para los que se encargaron de cometer la afrenta contra los pueblos indígenas, tanto africanos como americanos.

Reconstruir el crimen, recomponer la historia, entenderla desde nosotros mismos, son tareas pendientes para los que no queremos olvidar el pasado sino colocar ese árbol genealógico con las raíces al aire tal como si fuera un enorme y nada humilde baobab.

baiffil@gmail.com