En la Venezuela antes del comandante Hugo Chávez -aunque muchos no lo crean- se llegó a hablar de “pobreza atroz”, población sin ningún tipo de recursos.
La “pobreza atroz” -los más desamparados- representaba el 15% de de la pobreza que durante la IV República llegó alcanzar el 80% de la población.
El 40% de esa pobreza general (80%) era caracterizada como “extrema” y el Dr. Hernán Méndez Castellano la definía así: población con baja expectativa de vida, expuesta a contraer enfermedades infecto-contagiosas, desnutrición y bajas defensas biológicas, altos porcentajes de enfermedades mentales, desintegración familiar, drogas, etc.
Las condiciones de vida de ese 15% de “pobreza atroz” ¿ciudadanos olvidados? por el Estado y los gobiernos adeco-copeyanos -y sus derivados- en la Venezuela petrolera eran realmente deplorables: fuera del circuito del consumo –poco o nada de ingresos-, de inconstante y escuálida ingesta de alimentos, sin referencias de normas, ni de higiene o asepsia, un cuadro de hacinamiento, promiscuidad caracterizaban su ambiente y convivencia.
El presidente Hugo Chávez se entregó en cuerpo y alma a dignificar la vida de los pobres, del 80% de la población venezolana, nada más cristiano, nada más socialista.
Por ello la inversión social, las Misiones: salud, alimentación, alfabetización, educación, identidad, hábitat y vivienda, trabajo, pensiones, cultura, deporte, etc.
Y nos preguntamos ¿Por qué ese odio atroz contra ese pueblo dignificado por la Revolución Bolivariana?
El odio atroz impulsa una guerra económica y violencia para derrocar al Gobierno del presidente Nicolás Maduro y, si fracasan, tratar de ganar entonces las elecciones a la Asamblea Nacional (AN).
¿Ese odio atroz no es cobardía?