Nos hace bien: que discutamos, que convoquemos, que analicemos las circunstancias y la historia, que aprendamos a defendernos y que intentemos por encima de todo hacerlo de forma pacífica y digna.
Que nos sumemos, que nos comprometamos, que demos nuestra firma, nuestro nombre y apellido sin temor. La patria nos necesita.
Que pongamos el pecho: “Aquí hay un pueblo digno”, “que viva la patria soberana”, “si no nos quieren vender la comida, ¡sembrémosla!”. Que busquemos alternativas y las difundamos orgullosos y sonrientes. Que no gastemos de más, que no inmolemos los bolsillos en el nombre de la apariencia y la costumbre innecesaria.
No nos hace bien:
Que ponderemos la firma de un ministro por encima de la de cualquier otra persona. Que se haga una fiesta para celebrar que una diputada o un diputado firmó, cuando hace varias semanas que muchas y muchos firmaron sin que nadie les diera ni una palmadita.
Además:
¿Ponemos a trabajar por nuestra causa a personas que no se aseguran de hacerlo correctamente o qué es lo qué?
El pasado viernes, a las afueras del Pdval de la residencia Omar Torrijos, apareció una mujer recaudando firmas para la derogación del decreto yanqui. En un ratito nos pidió volver a firmar a varias personas que ya habíamos firmado en otros cuadernillos.
“No importa, yo trabajo en la Presidencia”, respondía ofreciendo el lapicero y acercando el cuadernillo. “Chica, pero a mí me dijeron que si uno firma dos veces la firma se anula”, dijo una señora. “No importa, yo trabajo en la Presidencia”, respondió, y se fue a pedirle firmas a otra gente, así sin decir más nada.