La situación inducida por la guerra económica contra el país ha favorecido un sistema de supervivencia de sectores medios y trabajadores informales que han aprovechado las migajas de la operación de desangre de parte de la renta petrolera a través de mecanismos como el bachaqueo o el raspacupos.
Esto genera un grado de enfrentamiento al interior de los sectores populares. Porque es la agresión más visible e identificable.
Se ve al raspacupos, se lo conoce, es pariente, amigo o compañero de trabajo. Se conoce al vecino que hace colas para revender, al que se va a Colombia a menudo.
Esta forma de captar renta petrolera “por abajo” implica la posibilidad de obtener ingresos muy superiores a los de cualquier asalariado y va fragmentando la capacidad de compra, entre quienes solo pueden acceder a los productos a precios subsidiados y aquellos que viven de estos mecanismos paralelos y pueden comprar a los precios marcados por el dólar paralelo.
Se configura un sistema destructivo de la economía real, es algo así como una trituradora de las fuerzas productivas nacionales. Y en lo cultural, es una trituradora de la cultura solidaria, estimulando el vil egoísmo sobre el bien común.
Aunque hay que desterrar estas prácticas, no se debería concentrar el poder de fuego en la base, sino en el cogollo de la cadena especulativa. Es decir, ir contra los monopolios de la importación y la comercialización de los productos en Venezuela.
En lo material, el control nacional y popular de los sistemas de importación y distribución de los productos estratégicos para el país y para la vida del pueblo. Se trata de dar mayor valor a la fuerza de trabajo productivo, que a las actividades comerciales y especulativas.
En lo simbólico, reivindicar la cultura de la clase trabajadora, su solidaridad, su trabajo por el bien común, su carácter productivo y transformador.
¡Será el triunfo del bravo pueblo contra el vil egoísmo! ¡Una vez más!