Por Marcelo Barros|Carta a Oscar Romero (Opinión)

“Muy estimado hermano obispo Monseñor Oscar Romero, antes que todo, pido perdón a ti y a Dios por haber sido ingenuo una vez más y, sobre el asunto de tu beatificación, haber dejado caer la profecía, sin darme cuenta de que había caído. Mi obispo, tu hermano y amigo Helder Cámara, antes de morir, me dijo: No dejes caer la profecía!.

“Aún cuando la Iglesia afirma que toda persona bautizada es santificada en Cristo, desde la Edad Media, los procesos de canonización presentan cristianos que vivieron una santidad ejemplar. En los últimos siglos, los procesos de canonización se han hecho instrumentos de manifestación del poder eclesiástico. Sin embargo, al tratarse de ti, pensé que la beatificación pudiera tener una buena consecuencia para las Iglesias en toda América Latina. Después de tantos años, finalmente el Vaticano reconocería tu martirio.

“Pero, me sorprendí cuando leí que la beatificación sería una ceremonia inmensa de tres horas de duración, con centenas de padres y obispos, con todas las pompas y rituales a los cuales tienen derecho.

“En un país tan pobre, cómo una Iglesia que afirma querer ser una Iglesia pobre y de los pobres puede manifestarse con un ritual que parece más de corte árabe que del evangelio de Jesús?

“Pensé que aquel no sería el lenguaje más adecuado para hablar de ti y de tu martirio, pero cada uno usa el lenguaje que comprende.

“Después supe que en esa fiesta de tu beatificación, hablarían de ti como mártir del amor y de la reconciliación. Nada de justicia ni de liberación. Han dicho que eras un obispo de profunda oración, que eras muy fiel a la Iglesia… Y por eso, eres santo… Todo eso es raro.

“¿Dónde será que han ocultado al verdadero Oscar Romero? Será que han hecho eso para que hasta Roberto d’Aubuisson, hijo del presunto mandante del crimen, pudiera estar presente en las sillas de las autoridades? Y los obispos salvadoreños, sucesores de aquellos que no fueron a tu entierro (solo Monseñor Rivera y Damas, tu amigo, compareció), ahora estaban todos allí. Solo tú dejaste de comparecer al ser transformado en una figura que tiene poco de ti.

“Al pedirte perdón por mi ilusión, permite que te pida una cosa más. En el cielo, donde estás sin depender de Roma, ayuda para que más tarde yo no necesite escribir esta misma carta a mi querido amigo Hélder Cámara, otro profeta de los pobres y que en este momento también quieren canonizar.

“Que Dios ayude el papa Francisco en ese trabajo inmenso suyo. Pido que bendigas a este tu hermano pobre y pecador, Marcelo Barros.”

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