Maribel Guerra sobrevivió a dos tragedias en Blandín|Testimonio de familia de la GMVV: “Siempre estuve segura de que el Gobierno nos iba a ayudar”

Maribel Guerra, de 49 años de edad, se asoma a la ventana de su apartamento ubicado en el urbanismo Agua Salud, levantado por la Gran Misión Vivienda Venezuela; corre la cortina para que el aire circule y disipe el olor a sardina y aprovecha para mirar hacia el Warairarepano. Regresa a la sala, se sienta en la mesa de mimbre rojo y comenta: “La primera casa la perdí con la vaguada de 1999”.

Relata que, además de la vivienda -que se hallaba en Blandín, en la carretera Caracas-La Guaira- estuvo a punto de perder la vida. “Gracias a Dios hoy lo puedo contar”, asegura Guerra, “La quebrada me arrastró horrible cuando trataba de subir hacia la carretera”.

Era una noche del mes de noviembre. Una lluvia leve pero persistente había caído sobre el barrio durante varios días y la quebrada, como era su costumbre, había respondido al estímulo. Las familias de las zona, en fila, subían el cerro utilizando las ramas de los arbustos como sogas.

“Yo caminaba junto a mi esposo y mi hijo cuando una parte del cerro se desprendió y la gente que iba adelante me cayó encima, me resbale y el barro me arrastró hacia la quebrada. No sé sí fue Dios, pero lo cierto fue que cuando iba en el agua tropecé con una piedra, me sujeté de ella y pude salir del barro. Todo pasó como en media hora, era de noche y estaba oscuro; pude guiarme por los gritos de la gente. Estaba embarazada y no lo sabía”, narra.

Para ese tiempo, señala Guerra, el Gobierno les planteó a las familias afectadas la posibilidad de sumarse a un programa de refugio solidario; sin embargo, afirma que nunca se cumplió el ofrecimiento, por lo que recurrieron a la única alternativa real: Invadir un terreno cercano.

“Nunca nos llamaron”, comenta. “Construimos una casa en un terreno que estaba desocupado cerca de la carretera, en el sector La Cauchera. Lo que me pasó en la primera casa me marcó, y cada vez que caía una lluviecita agarraba a Angely y Yonelvi y salía corriendo de la casa”.

Adiós, Blandín

Históricamente los sectores ubicados a lo largo de la carretera vieja Caracas-La Guaira han sido considerados de alto riesgo debido a los permanentes deslizamientos que año tras año ocurren como consecuencia de las lluvias. Y ocurrió que, 10 años después, en diciembre de 2009, durante la temporada de invierno, apareció “una gran grieta” en la calle cercana a la morada de Guerra, que obligó a desalojar toda el área.

“Salimos de la casa. Me fui junto con mi hija y mi hijo a la casa de mi mamá, en Lomas de Urdaneta. Ya no quería seguir viviendo en ese lugar. Estaba traumatizada; cada vez que llovía salía corriendo. Viví buenos momentos en ese lugar, pero no quería regresar”, confiesa Guerra.

La orden de Protección Civil activó a las voceras y los voceros del Consejo Comunal, quienes recorrieron varias instituciones del Estado en busca de un refugio. La adjudicación en un alberque de las 20 familias que habían abandonado sus viviendas llegó mediante gestiones ante el Concejo Municipal de Caracas. Transcurría el mes de julio de 2010.

“Logramos entrar al refugio Morochito Rodríguez, instalado en un antiguo módulo de la Policía Metropolitana en la avenida principal del Cuartel, en Propatria. La estructura estaba abandonada, en el piso, pero no podíamos seguir esperando, así que entre todos decidimos limpiar”, cuenta.

Los hombres destaparon la cañería, improvisaron un nuevo sistema eléctrico, removieron del local todo lo que no fuera necesario y se encargaron de delimitar con sábanas el área que le correspondería a cada familia. Mientras tanto, las mujeres limpiaban las paredes y recogían la basura. Los trabajos continuaron hasta que el espacio quedó “más o menos habitable”. Las y los habitantes del nuevo refugio contaron con la ayuda del Concejo Municipal, que los apoyó con el suministro de colchones. La alimentación durante los primeros meses estuvo a cargo de Pdvsa.

“Con el tiempo”, explica Guerra, “nos llevaron cocinas y neveras y nosotros no encargamos de preparar nuestra comida. Los colchones los cambiaron por literas, nos colocaron pocetas nuevas en los dos baños que había en el local y cambiaron las paredes de sábanas por tabiques de dry wall”.

Sin quejas

El padrinazgo del albergue le correspondió al Gobierno del Distrito Capital. “Siempre nos tendieron la mano”, aseguró. “Le agradecemos a Jacqueline Faria por todo lo que hizo por nosotros. Nunca nos faltó nada, éramos como una familia. No organizamos por grupos de limpieza, alimentación, administrativos. Cuando necesitaban algo solo teníamos que llamar a los coordinadores y ellos lo resolvían de inmediato. El que se queje de ese refugio es un sinvergüenza. Allí estuvimos 20 meses”.

Durante ese tiempo, Guerra asumió la vocería principal del refugio. Entre sus obligaciones estaban el llevar los datos de cada uno de los habitantes del local; era responsable de los depósitos donde se almacenaban los alimentos, recibir las dotaciones y representar a sus compañeras y compañeros ante las instituciones del Estado. Todo esto lo combinaba con su trabajo como doméstica a destajo.

La adjudicación llego un año después. El lugar seleccionado para la construcción del urbanismo que habitarían las y los habitantes del Morochito Rodríguez fue un terreno ubicado en la zona industrial de los Flores de Catia. “Siempre estuve segura de que el Gobierno nos iba a ayudar”, comenta Guerra. No obstante, señala que, pese a la disposición del Gobierno y la contraloría social ejercida por los representantes del albergue, las obras se paralizaron en dos oportunidades por lo que la construcción fue culminada en un año y medio.

Hoy día, el urbanismo Agua Salud es una torre de 10 pisos más planta baja. Hay 88 viviendas, 8 por nivel; posee “una pequeña cancha deportiva, un pequeño parque”. No tiene estacionamiento ni locales socioproductivos. La comunidad está organizada en un comité multifamiliar y un Consejo Comunal: El Morral de Chávez.

T/ Romer Viera
F/ Héctor Lozano