Por Iván Oliver Rugeles|Hitler y el occidente cristiano (Opinión)

Nuestra reflexión sobre sucesos horrendos de la historia que se impone traerlos a la memoria para que no se repitan nunca más, en conmemoración del 70 aniversario de la derrota del nazismo en Stalingrado y ante los vientos neonazis que nos llegan de Ucrania, luego del golpe de Estado a su presidente constitucional, Víktor Yanukóvich, en 2014.

El ascenso y consolidación de Hitler en Alemania se debió al espaldarazo que  recibió  de la burguesía capitalista de toda Europa, con pocas excepciones e, inclusive, de la estadounidense, que vieron en él una luz caída del cielo para detener lo que consideraban imparable el avance por el mundo del comunismo que había triunfado en Rusia, al término de la primera guerra mundial.

Para esas burguesías el proyecto del Führer, más allá de sus tesis sobre la «purificación racial», quizás mal vistas por algunos en occidente, planteaba negocios de muy alta renta en el corto plazo, como era dotar a Alemania de una poderosa industria bélica con la más alta y sofisticada tecnología de la época que pudiera frenar un intento soviético por extenderse hacia occidente, con lo cual se aseguraban, además y con el mayor éxito, un esquema de inversiones y de control sobre la economía capitalista mundial que atravesaba por una terrible depresión.

El abuelo de dos expresidentes bien recientes del norte, Prescott Bush, fue uno de los mayores financistas del Tercer Reich para ese proyecto, junto a figuras como Henry Ford, Alfred Sloan, dueño de la General Motors; Thomas Watson, fundador de IBM; W.A. Harriman, alto financista de Walt Street; John Rockefeller, del Manhattan Bank; JP Morgan; la General Electric y entre otros muchos más, los magnates del acero, los hermanos Krupp, así como numerosos predicadores antecesores de Pat Robertson, consejero de los Bush, quien –recordemos- pidió por la TV el asesinato de Hugo Chávez.

Esa jauría hitleriana logró su atroz plan de eliminar a millones de judíos, comunistas, gitanos y a muchos otros, porque -avergüenza decirlo- gracias a que nuestro mundo occidental y cristiano permitió que ese régimen se afianzara, no obstante que su dirigencia política conocía de las posiciones doctrinales de Hitler desde muchos años antes, pues ya para 1920, su partido Nacional Socialista lanzaba consignas de este tipo: “Ningún judío puede ser miembro del pueblo”, “Judá es la plaga del mundo” y para no extendernos, veamos esta última perversidad: “Combatimos sus actividades porque (ellos, los judíos) son origen de la tuberculosis, y estamos convencidos (de la cura de tan maligna enfermedad) cuando eliminemos esa bacteria.”

Tema para abordarlo con más persistencia, pues nuestros jóvenes, en su inmensa mayoría, lo desconocen.

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