Hace poco menos de una semana escribí sobre la humildad como cualidad fundamental de un revolucionario y sobre algunas decepciones que he tenido con algunos de esos que llamo «hiper-revolucionarios»; la publicación que no tuvo mucha salida causó ciertos comentarios y malestares por lo que decidí borrarla, pues al parecer describí a la perfección a personas que ni pensé en señalar.
Ahora escribo desde esta columna sobre ese valor, el valor de la humildad, porque si Jesús no hubiese sido humilde no sería referencia de la lucha por el amor y la vida; es que si el Libertador Simón Bolívar no hubiese sido humilde no hubiese triunfado en su gesta tras entender que solo sumando al pueblo vencería al imperio español.
Es que si el comandante Hugo Chávez no hubiese sido humilde hoy millones no podrían leer estas descargas ni defender la paz y la soberanía de la Patria. Y es que si el presidente Nicolás Maduro no fuera humilde ya hubiésemos dado por perdida la Revolución Bolivariana.
Si ofendí a alguien pido disculpas, pero sigo firme en mi idea: Nadie puede defender lo que no vive, no siente y no conoce. No se puede ser guerrillero solo frente a las cámaras, luces o micrófonos para detrás de bastidores ser ese burgués al que se quiere señalar.
No se puede defender el amor y el respeto si no los practicamos; no se puede ser revolucionario si nos creemos referencia indispensable de un proceso histórico y político que debemos entender como un ente viviente en las manos de la mayoría de nuestro pueblo.
¡Lo siento! No se trata de una camionetota, quinta o pinta se trata de respetar a todos, de trabajar sin descanso, de no perder la moral y de decir buenos días. Sin esas condiciones mínimas no llevamos la Revolución en el corazón para vivir por ella, la llevamos en la boca para vivir de ella.