Teodora Antonia Jiménez Villarroel, nació en el caserío La Vecindad, municipio Gómez, pero con apenas 40 días de nacida se muda a Santa Ana, terruño definitivo para echar sus raíces en su labor como artesana tejedora, en el criar los hijos y mantener el compromiso “de por vida” la labor de atesorar los chinchorros margariteños, como un tributo a su sangre Waiquerí, pueblo originario del estado Nueva Esparta.
Nos cuenta que sus padres, Modesta de Jesús Jiménez y Marcelino Salazar deben separarse de ella a los ocho años para poder procurarse el sustento familiar de sus otros hermanos y, le encomiendan su educación a la abuela Lucía Marcano, quien vió como la niña enlazaba y tejía los restos de hilos sobrantes para elaborar las miniaturas del chinchorro margariteño.
Teodora ante la pregunta de cómo hizo su primer chinchorro, recordó que enterraba unos palitos en la tierra del patio, a manera de improvisar un telar de cuatro palos para luego pasar los hilos de algodón entrelazados en forma trenzada, hasta lograr la pieza a escala menuda y, con sonoras sonrisas celebraba el haber terminado.
MAESTRA FORMADORA
A sus 87 años, sigue demostrando su compromiso como maestra formadora de generaciones que mantiene viva la tejeduría de los pueblos originarios del estado Nueva Esparta, construido y estructurado en un lenguaje estético propio, pues en cada pieza se refuerzan los valores estéticos que integran saberes de nuestra pluriculturalidad artesanal.
Esta artesana acreedora del Premio Nacional de Cultura, mención Artesanía, atesora en habilidosas manos los saberes ancestrales de la presencia caribeña y los elementos identitarios que son propios de las aguerridas mujeres tejedoras de Santa Ana, quienes reafirman con sus acabados y particular forma de tejer “en trenzado” el tradicional “Chinchorro Margariteño” como herencia de futuras generaciones.
PREMIO CON DEDICACIÓN
Nos habla del significado de este reconocimiento, que se lo dedica a toda la fuerza productiva del colectivo de mujeres y de hombres -que tejen en su pueblo de Santa Ana- a futuras generaciones y a sus hijos que son garantía de continuidad del oficio creador familiar.
Explica, que de boca de su abuela Lucía conoció la magia del proceso, la manera de cómo procesaban el algodón los pueblos indígenas, quienes lo sembraban para luego “limpiarlo de las semillitas y los residuos”; posteriormente, se retorcía la fibra en un solo hilo que se enrollaba en el huso en acompasados movimientos.
Recordó que esa primera vez, fue algo que se le ocurrió, entre picardía y sorpresa de su abuela, a quien le pedía los hilos, pues ella desde hace rato seguía con detenimiento -paso a paso- todo el proceso, hasta que se le escapó “te voy a ayudar” y desde ese momento sello el compromiso de darle continuidad a la creación del Chinchorro Margariteño.
Teodora es hija ilustre de Santa Ana, distinción que le fue otorgada por la Alcaldía de Gómez y reconocida en su labor como tejedora por la Fundación Casa del Artista (2014).
TODOS SON BONITOS
“No recuerdo una pieza en particular, todas las que hago me parecen bonitas” dice con voz que asoma la alegría, pues asegura que desde pequeña se le inculcaron valores y habilidades para hacer “casi un chinchorro a diario”.
Explica en su llano hablar que la diferencia entre el chinchorro y la hamaca, es que este último emplea la técnica del “paleteado o tejido mas tupido”Periodista: Cristina Salazar
; en ambos diseños aplica todos los colores, con predilección en la gama de azules, rosados y amarillos.
El Premio Nacional de la Cultura, mención Artesanía (edición 2012-2014) en manos de Teodora Jiménez escribe -con fuego creador- la memoria de colectivos y de familias enteras de Santa Ana y de toda “la isla de Margarita” que vive con esfuerzo diario las raíces de su tradición en la vocación de tejedores.
Dicha mención (Artesanía) por primera vez es incluida en el Premio Nacional de la Cultura por solicitud del Centro Nacional de Artesanía; será hasta el 1 de diciembre cuando se realice la entrega del mismo, en la sala Juana Sujo de la Casa del Artista.