La derecha no da tregua. Cuando consigue rendijas por donde colarse, se convierte realmente en un patrón de células malignas que corroen todo cuanto tocan. La potencia del Norte se la juró a los gobiernos progresistas y cuando un Gobierno se le hace incómodo, no les importa arrasar a pueblos enteros. Ya sea con bombas, ya sea con guerras de IV Generación, como la que han decido aplicar en nuestro continente. ¿Por qué? La razón radica en las diferencias culturales entre los pueblos latinoamericanos y los países del Medio Oriente, por ejemplo. Somos un continente de paz, salvo algunos episodios de conflictos entre países en las últimas décadas, nos caracteriza el diálogo y la diplomacia. Y tampoco tienen acá las excusas de lo que llaman fundamentalismo y que justifica cualquier guerra o invasión. Los ejemplos sobran.
En el caso latinoamericano juegan el papel fundamental dos elementos: una derecha vinculada a las oligarquías mas enconadas y sus medios de comunicación. No están separados, pues la mayoría de los medios que sirven a los intereses de sus objetivos económicos-políticos. La política para ellos es un medio, no es el fin. El fin es privilegiar a sus familiares y amigos, asegurar los negocios y las leyes para beneficiar su acumulación de capital.
El golpe de Estados contra Dilma Rousseff en Brasil, la terrible guerra mediática contra Cristina Fernández, Evo Morales, Rafael Correa y el golpe en proceso contra nuestro presidente Nicolás Maduro, nos demuestran que la derecha imperial, aliada a las oligarquías criollas, buscan arrasar con todo lo logrado en los últimos tres lustros. Las amenazas son grandes, el guión es viejo, pero seguimos cayendo en la celada. Necesitamos estar movilizados, combatientes y preparados para los escenarios mas complejos.
Envalentonados tras el golpe a Dilma, ya la impresentable derecha venezolana apoyó la acción hamponil del Parlamento brasilero y el diputado Julio Borges le pidió al presidente Nicolás Maduro que “se vea en el espejo de Dilma”. ¿No es eso una confesión de parte?