Por Hugo Cabezas|Y ganó Trump (Opinión)

Donald Trump los derrotó a todos: a la cúpula republicana y a los demócratas, venció a las encuestadoras y a los poderosos consorcios dueños de los medios de comunicación mundial. Nunca antes, en la historia electoral de Estados Unidos, sobre un candidato presidencial se había dicho tantas cosas negativas; nunca antes, se había realizado una campaña electoral tan procaz y de tan baja calidad política. Pero, sobre todo, Trump, venció a una tradicional forma de hacer política en la nación del Tío Sam.

Es temprano todavía para llegar a conclusiones sobre este “terremoto político”. Una primera mirada nos dice que lo ocurrido tiene que ser inscrito en la situación de crisis que vive el gigante del Norte, el imperio. Crisis que no es solo económica, sino ética y moral. Es una crisis civilizatoria. La dirigencia política y económica del “gigante” del Norte cada vez tiene “menos espíritu cívico”, perdió “el respeto, la honestidad y la compasión hacia el resto de la sociedad y hacia el mundo”. Es una crisis que ha hecho metástasis en la “vida política y cultural del poder nacional”. Entre la dirigencia republicana y demócrata ya no hay diferencias, ambas están entregadas a la búsqueda de riquezas, no tienen idea de cómo salir de la crisis; Estados Unidos se muestra como un país paralizado, no se mira el futuro.

Los estadounidenses se han vuelto “recelosos, pesimistas y cínicos”, la frustración es generalizada, los gobiernos han perdido la confianza y la credibilidad del pueblo, según el decir de Jeffrey Sachs. Crisis cuyo origen hay que buscarlo en la sustitución del estado de bienestar por la entronización de la “falacia del libre mercado”. Y, en esto, entre republicanos y demócratas no ha habido diferencias. El bienestar del ciudadano estadounidense, el cual era exhibido con tanto orgullo, llegó a su final.

A partir de Ronald Reagan y hasta Barack Obama, el poder del imperio se trasladó de Washington a Wall Street y las grandes corporaciones económicas. El giro político emprendido a partir de la “revolución Reagan”, condujo a un acelerado, y cada vez mayor, proceso de “reducción en las inversiones gubernamentales en áreas como la educación, las infraestructuras, la energía, la ciencia y tecnología, y en otras áreas de mejora de la productividad…”. Para Reagan, al igual que para sus continuadores incluido Obama, la regulación es considerada una “intrusión en la propiedad privada”, un “obstáculo para obtener rentabilidad a corto plazo”.

Pues bien, Donald Trump, reflejó el descontento, el malestar, la angustia, la incertidumbre que hoy existe en la sociedad estadounidense. La satanización a que fue sometido, resultó ser su mejor aliado; lo cual demuestra que la acusación no es un argumento suficiente, sino que ésta no tendrá credibilidad si quien lo hace carece de legitimidad. El reto que tiene por delante no es cualquier cosa. Resolver los problemas internos es de suyo bien complejo, sobre todo, porque el aparato político bipartidista está en crisis.

Recomponer la política exterior, después de tan errática actuación, es mas difícil aun, sobre todo, porque la agenda militar como guía del relacionamiento internacional puso de manifiesto su mayor fracaso, el cual quedó demostrado en su confrontación con Rusia. Sin embargo, insistimos en que todavía es temprano para llegar a conclusiones.

@hugocabezas78