De la venezolana Mariana Rondón|Pelo malo llegó ayer al Festival de San Sebastián

Prejuicios e intolerancia: la película «Pelo malo», de la venezolana Mariana Rondón, presentada ayer en el festival de San Sebastián, denuncia la homofobia en un país donde las niñas sueñan con concursos de belleza y los niños con las armas.

«Creo que hay una situación bastante grave en Venezuela, que es uno de los pocos países en Latinoamérica donde la homofobia no es considerada como un problema», afirmó Rondón tras la proyección de su película en la sección oficial a concurso.

Coproducida con Perú y Alemania, «Pelo malo» cuenta la historia de Junior, un niño de un barrio pobre de Caracas obstinado con alisarse el pelo para verse como un cantante de moda en la foto del colegio.

Pero en un país donde las chicas se disfrazan de reinas de la belleza y los chicos de militares, el deseo de Junior inquieta a su madre, quien lucha al límite por criar sola a dos hijos tras haber perdido esposo y trabajo, y empuja al muchacho a un conflicto interno.

«Lo que quise fue construir una historia sobre la intolerancia y sobre la incapacidad de reconocer las necesidades del otro, sus libertades, sus deseos», explica la cineasta.

«Y lo hice fundamentalmente a partir de las miradas, la mirada de la madre hacia el niño, la del niño hacia la madre y la del espectador que ve cosas en el niño que la madre no ve», agrega.

Se teje así un complejo juego de ternura y violencia por parte de una mujer desesperada, obligada a ejercer de padre y madre.

«Venezuela, como muchas otras partes de Latinoamérica, es un gran patriarcado donde una gran masa de mujeres enfrentan una vida realmente dura y un camino solitario para levantar a esos niños», asegura Rondón.

«A veces me decía ‘esta madre es demasiado violenta con su hijo’ y sin embargo salía a la calle y veía escenas incluso peores», explica la cineasta para quien fue fundamental construir una estrecha relación entre los actores protagonistas, Samantha Castillo y Samuel Lange.

También la situación política de Venezuela está omnipresente en la película.

«La política como situación pública se ha metido dentro de las casas, de las familias, y forma parte extrema de nuestra vida cotidiana como país», afirma Rondón. «Y para mí era muy importante no aislarme de lo que estaba pasando en la calle mientras rodábamos», asegura.

Así decidió «dejar drenar el momento muy perturbado que se estaba viviendo en Venezuela con la enfermedad del Presidente», mostrando «como de repente la vida cívica de un país se dejaba diluir para convertirse en un acto fanático», afirma.

«La película busca tener esa pátina en la que se ve casi sudar a la ciudad, sentirla», reconoce la editora y guionista Marité Ugás. «Y justamente la banda sonora jugaba a tratar de colarse en el inconsciente del espectador, con un ruido todo el tiempo fastidioso, incómodo y alterante», explica.

Con ésta, su tercera película, Rondón devuelve la presencia del cine venezolano al festival de San Sebastián, donde no había estado representado desde que en 1997 se presentó «Pandemonio» de Román Chalbaud.

«Venezuela está construyendo rápidamente una cinematografía mucho más sólida», aseguró la directora.

Ty F/AFP
San Sebastián