Un libro revela cómo un individuo limitado se convirtió en “el padre de la democracia” | Rómulo Betancourt fue un hombre totalmente construido por Estados Unidos

"Si uno entiende lo que significa que un Presidente sea obligado, en su propio país, a ir a una embajada a pedirle perdón a un funcionario extranjero, se entenderá qué tipo de política fue la que impuso Betancourt en Venezuela”

“Betancourt fue un hombre totalmente construido por Estados Unidos”, sentencia el docente e investigador José Sant Roz, quien desbarata con palabras la leyenda del caudillo adeco como si fuera un muñeco de terracota: “todo en él es un invento para forjar a un hombre que pudiera encarnar la política de las compañías petroleras en la región. Por sí solo, él nunca hubiese podido ser un dirigente auténtico, porque no tenía condiciones para lanzarse en un movimiento revolucionario anclado en nuestras raíces populares”, arremete.

Sant Roz llega a esta conclusión después de una ardua investigación que dio vida al libro Rómulo Betancourt, el procónsul, en el que se propone explicar por qué un hombre que empezó a militra en el Partido Comunista de Venezuela, terminó imponiendo un régimen ferozmente anticomunista.

La obra tiene tiene más de 700 páginas, pero le bastan catorce párrafos para causar impacto. En la quinta página de la introducción, una cita textual del historiador estadounidense Robert Alexander revela que la consagración del político guatireño como “padre de la democracia” fue obra de Estados Unidos.

“La democracia betancourtista -asegura Alexander- es el complemento histórico de la obra de Bolívar siendo el uno Padre de la Patria, y el otro Padre de la Democracia”. La cita es de 1964, último año del gobierno del caudillo adeco, quien para entonces había llevado la represión contra las organizaciones de izquierda alzadas en armas a extremos criminales.

Tal vez no fue la primera vez que se le dio ese título al fundador de Acción Democrática, pero Sant Roz asegura que Alexander colaboraba con la CIA, y que al hacer esa afirmación cumplía con un guión diseñado para legitimar la llamada “Doctrina Betancourt”, que fue “un invento de EEUU para quitarse el mote de intervencionista y suavizar la imagen de ser un país que imponía dictaduras en América Latina”, asegura.

ÍDOLO FABRICADO

Con la precisión que le da su formación de matemático, Sant Roz va hilando la historia de quien a sus ojos fue un líder de laboratorio cuya artífice tiene nombre y apellido: Frances Grant, una experta en geopolítica, confidente de la CIA, que se había especializado en América Latina.


Grant concibió una estrategia global orientada a sustituir a los dictadores de la época por presidentes considerados democráticos, pero que en realidad eran la cabeza de dictaduras legales. Y para apuntalar esa política, promovió figuras que pudieran asumir el rol de jefes de Estado alineados a los intereses de Estados Unidos en la región.

“Por eso es que Betancourt aparece como enemigo de los dictadores de entonces”, asegura el profesor, quien destaca que esta mujer tuvo tanta influencia en la Casa Blanca, que de su voluntad dependía la escogencia de los presidentes de buena parte de los países latinoamericanos. En efecto, Gran también fue la promotora del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, del chileno Eduardo Frei, del puertorriqueño Luis Muñoz Marín y del costarricense José “Pepe” Fuegures, quienes posteriormente fueron presidentes de sus respectivos países, acota Sant Roz.

VIVEZA EN VEZ DE TALENTO

Sant Roz reconoce que no era suficiente con ser el elegido del Departamento de Estado para hacerse del poder y conservarlo, pero insiste que de eso dependió la posición que llegó ocupó Betancourt en la historia, pues “era un hombre con muchas limitaciones, con pretensiones de historiador y que anhelaba ser escritor, pero tuvo que aceptar que no tenía condiciones para eso, porque se relacionaba con personajes como Rómulo Gallegos, Alberto Adriani y Mariano Picón salas, que estaban muy por encima de su nivel”.

El talento que no tenía lo compensaba con su viveza, con una gran capacidad para sacarle provecho a las oportunidades que se le presentaban sin arriesgarse demasiado. Más que un líder, Betancourt se revela -bajo la lupa de Sant Roz- como el gran instigador que propicia acciones extremas pero no aparece a menos que esté seguro de que no hay peligro, como habría ocurrido en el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 contra Isaías Medina Angarita.

“Cuando tumbaron a Medina nadie sabía si él estaba metido en el golpe. Había sospechas y rumores, pero él no apareció sino después, cuando ya todo estaba consumado. Pero de todas maneras no se monta él, sino que pone a Rómulo Gallegos como Presidente, aunque es él quien controla la situación”.

El ardid de escudarse tras la figura de Gallegos, agrega Sant Roz, se corresponde con la estrategia de Betancourt de usar a Acción Democrática “como mascarón de proa a la hora de ejecutar sus planes”, para darle a su propias jugadas la apariencia de ser acciones más amplias, con algún tipo de arraigo popular.

Pero Betancourt no era simplemente un hombre trapacero, a su astucia se le sumaba una aguda capacidad para comprender los procesos políticos de su tiempo. “Su ambición de hacerse con el poder lo llevó a indagar cuáles eran los elementos que debía dominar para imponerse. Eso es lo que lo mueve a estudiar la historia política de Venezuela”, afirma Sant Roz, y apunta que esa indagación en el pasado efectivamente lo que le revelo al hombre de la pipa la clave de todo: el petróleo.

“Él descubrió que ya desde tiempos de Cipriano Castro, el verdadero factor de poder eran las compañías petroleras y que éstas determinaban el curso de la política”. Es así como finalmente se le abre a Betancourt un camino para realizar su proyecto de ser el hombre fuerte de Venezuela. Y ese camino llevaba directo a Estados Unidos.

Betancourt, que entendió que el futuro de la política estaba ligado a la lucha por el control del petróleo como fuente de riqueza, se alió sin reservas con los magnates de esta industria, a quienes literalmente les ofrecería el país. Corría ya la década de los 50 y hacía unos 40 años que el legendario monopolio de la Standard Oil había sido desagregado en varias firmas, entre ellas, la Exxon. Pero “él admiraba la visión ‘moderna’ de su fundador, John D. Rockefeller, un hombre que había dicho que la mejor manera de explotar petróleo de es una dictadura petrolera”, acota.

LA ENTREGA A LOS YANQUIS

El viejo Rockefeller -que llegó a tener en su puño casi el 90% del negocio petrolero de Estados Unidos- hizo su fortuna en pleno auge del intervencionismo yanqui, cuando además de las petroleras, la banca y las bananeras de su país compraban territorios, esclavizaban poblaciones y nombraban presidentes en Nuestra América. Pero aunque en rigor esas prácticas no habían cambiado, la potencia del Norte estaba abierta a propiciar un nuevo modelo político apuntalado por gobiernos democráticos.

Esto lo supo ver claramente Betancourt, quien en 1953 envió al Departamento de Estado “un memorando explicativo de su conducta política, que en realidad es un acto de purificación para lavarse la mancha de su pasado comunista. Él necesitaba despejar cualquier duda sobre su lealtad y sus inclinaciones políticas, y por eso en ese mismo documento les ofrecía a los gringos impulsar un sistema político-económico que le asegurara a Estados Unidos el petróleo que ellos necesitaban”, explica el investigador (de este documento, transcrito casi íntegro en el libro, se pueden leer ver fragmentos en esta página, en el aparte titulado “Un alma para el diablo”).

El profesor remite a la lectura del “acta de purificación”, quien para entonces deambulaba entre Nueva York y el Caribe. Ahí, luego de asegurar que en él los comunistas tienen un decidido enemigo, declara estar “consciente” de que tiene “una responsabilidad muy especial dentro del hemisferio porque del subsuelo de nuestro país fluye diariamente un millón de barriles de petróleo, que son indispensables para la reconstrucción de Europa y la seguridad de América”. Así selló Betancourt su pacto con el imperio.

EL RITO DE PURIFICACIÓN

La “purificación de Betancourt” evidencia hasta qué punto su empeño de prevalecer sobre los demás lo llevó a dejar de lado hasta el más mínimo escrúpulo, fustiga Sant Roz. No sólo no tuvo empacho en facilitar la explotación de los recursos estratégicos del país, sino que emprendió, sin ningún miramiento una política de represión criminal de la izquierda.

“Él tuvo que aniquilar a la brillante juventud de 1959; se la entregó en sacrificio a sus amos de Estados Unidos para ganarse el título de ‘demócrata’ que daba el Departamento de Estado”. Asesinatos, desapariciones y hacinamiento en campos de concentración -como el de la Isla del Burro- marcarán su gestión de gobierno y la de Raúl Leoni. Pero no será tanto una respuesta a la insurrección armada de la izquierda, como una línea de acción concertada con los estadounidenses para derrotar cualquier iniciativa “comunista” en Venezuela y en la región.

Pero antes de desatar la cacería humana que lo afianzó como “ejemplo de líder democrático” en el continente, Betancourt “se ganó su certificado de buena conducta, al defender Richard Nixon durante su visita a Venezuela”.

El entonces Vicepresidente de EEUU, arribó a Maiquetía el 13 de mayo de 1959, y desde que se inició el trayecto a Caracas, se encontró con manifestaciones populares de rechazo. En avenida Sucre la caravana en la que viajaba acompañado por el canciller venezolano Oscar García fue atacada a pedradas. Ni siquiera pudo llegar al Panteón Nacional, porque una multitud le trancó el paso.

A esto respondió indignado Rómulo Betancourt, quien públicamente llamó “bestias salvajes” a las y los manifestantes, relata el escritor. “Pero además forzó a Rafael Caldera, a Jóvito Villalba y al propio Wolfgang Larrázabal a ir a la embajada norteamericana a disculparse con Nixon. Si uno entiende lo que significa que un Presidente sea obligado, en su propio país, a ir a una embajada a pedirle perdón a un funcionario extranjero, se entenderá qué tipo de política fue la que impuso Betancourt en Venezuela”, sentencia con elocuencia.

Fue así como quedó consagrada la condición de procónsul que José Sant Roz le atribuye al adeco guatireño, quien -a la usanza de la antigua Roma- actuó en Venezuela como gobernador plenipotenciario de una provincia del imperio. “Eso le costó a Venezuela su independencia y la condenó a vivir durante cuarenta años bajo un régimen anti popular profundamente dependiente de los intereses de EEUU y sus transnacionales”, asevera.

LAS RAZONES DEL CRIMEN

José Sant Roz

Las razones políticas del anticomunismo del “proncónsul” son expuestas con claridad en el libro de Sant Roz. Pero la saña con la que persiguió y aniquiló a toda una generación parecen responder más bien a su propio carácter. Sant Roz vuelve a mencionar las limitaciones de las que adolecía. “La generación de 1959 fue la más valiosa que tuvo el país después de la que logró la Independencia. Había gente de altísimo vuelo que estaba muy comprometida con las causas populares, por eso él al descabezó”.

Del lado en el que él se ubicó había gente de mucho nivel, como Gallegos y Adriani, reitera el autor, “pero él se dio cuenta de que la mayoría de esos intelectuales, aunque se la daban de revolucionarios, no sabían de política, ni estaban dispuestos a hacer el trabajo necesario para tomar del poder, y él se apropió de ese espacio. Del otro lado sí tenía adversarios de peso”.

Y fue a esos adversarios a los que persiguió sin descanso, y con la anuencia de sus contertulios intelectuales, que se sumaron a su gobierno y apuntalaron sus políticas. No chistaron cuando el 2 de junio de 1962, en respuesta a la rebelión cívico militar que se suscitó en Puerto Cabello, “aprovechó para asesinar a toda la gente que directa o indirectamente participó en el alzamiento. Nunca se ha dicho la verdad de lo que pasó ese día; se llegó a hablar de algunos cientos de muertos, pero fueron muchos más sacados en camiones y echados en fosa común”, denuncia Sant Roz.

Así se inició, mediante el terror una desarticulación de los movimientos populares que suprimió la pluralidad, sostiene el profesor de la ULA: “Sólo se podía ser adeco o copeyano; lo otro se pagaba con prisión, tortura y muerte. Llegó un momento en que por las calles deambulaban, enloquecidos, muchos ex presos políticos, a quienes torturaron hasta desquiciarlos. Muchas familias fueron diezmadas La única defensa que le quedó a mucha gente acorralada fue negar sus ideas. De ahí nació la famosa frase de yo no me meto en política. Esa masacre fue acompañada de un holocausto mental”.

T/Carlos Ortiz
F/Alberto Corro – Luis Franco – Archivo CO

Revisando las notas de prensa e internet observo que muchas personas sacan a relucir su fanatismo
político, su alienación medíatica, y tambien su soberbia ignorancia; hay que reconocer que el libro del
Prof. Sant Roz tiene muchas fallas que deberan corregirse en futuras ediciones, entre ellas incluír
algunos «pie de pagina» que aclararían, por ejemplo, qué Laureano Vallenilla Planchart, Ministro de
Relaciones Interiores del gobierno del Gral. Marcos Pérez Jímenez, se quitó el apellido materno
y se puso el «Lanz». Esta mala maña a sido adoptada por variadas personalidades entre ellas la Rectora
Cecilia García Arocha, siendo su verdadero apellido materno Márquez.

  • La presente es sólo y únicamente para llamar la atención sobre la identificación de un personaje político en la reciente historia venezolana.

    Por lo menos en 3 páginas del libro «El Procónsul Rómulo Betancourt», las # 350, 351 y 758, el autor José Sant Roz menciona a Laureano Vallenilla Lanz activo en los años 50, cuando este político había fallecido casi 20 años antes, el 16 de noviembre de 1936.

    Laureano Vallenilla Lanz fue servidor del régimen de Juan Vicente Gómez.

    Su hijo, Laureano Vallenilla Planchart, ése sí, fue servidor del régimen de Marcos Pérez Jiménez.

  • La historia contada con objetividad, ayuda a las futuras generaciones a entender mejor el pasado. Tenía 11 años cuando escuche un alboroto en la Av. Sucre, cruce la línea del tren y la quebrada y me subi al muro de la acera a esperar ver a quien esperaban tantas personas. No comprendía el vocerio, pero al llegar las motos que presidian la caravana de vehículo, hice lo que hicieron los presente, irse al medio de la calle, detuvieron un cadilla negro, un motorizado a mi izquierda, deja caer su moto, mientra a mi derecha veo a diferentes mafiestar gritar y golpear el vehículo detenido. Se abre la puerta trasera derecha del primer vehículo, veo que alguien saca un pie y por encima de la puerto veo un rostro que jamás olvidare, Richard Nixon, que recibia escupitasos de los manifestantes más proxímos, se piensan a escuchar algunas detonaciones de armas, comienzo a correr, todo esto ocurre en uno o dos minutos. Mientras corría pensaba «esta persona pensaba que eran soludos de bien