Era una rubia cuyo coeficiente intelectual apenas le daba para decir “yes” y sonreír|Armando Carías: Buenotas en TV

Jayne Mansfield y Sophia Loren en 1957

Mis hormonas de adolescente se alborotaron cuando Janne Masfield traspasó con sus inmensas pechugas la pantalla del RCA Victor que teníamos en casa para disfrutar, en glorioso blanco y negro, familiares sesiones de “sano entretenimiento”.

Era una rubia cuyo coeficiente intelectual apenas le daba para decir “yes” y sonreír. Pero eso no importaba.

Luis Gerardo Tovar, intérprete de aquel platinado desborde audiovisual, intentaba vanamente mirarla a los ojos, mientras el camarógrafo se empeñaba en hacerle un primerísimo primer plano a las prominentes razones de su estrellato.

Aquel encuentro con ese portento de mujer publicitado como dueña de los senos más grandes del mundo, dio paso a otras fantasías que, desde la pantalla chica, alimentaban el imaginario erótico de una generación de imberbes crecidos al abrigo de íconos sexuales que protagonizaron nuestros primeros sueños húmedos: Tongolele, Iris Chacón, Thelma Tixou, Susana Giménez, Yuyito y nuestro más cercano referente a esos hembrones imposibles: Lila Morillo.

Después llegaron otras mamis con las que los jóvenes que fuimos arrullados por la niñera audiovisual, mantuvimos relaciones a todo color y con muchos patrocinantes: Fedra López, Juana la Cubana, La Coconaza y los más recientes productos de esa fábrica de traseros esculpidos en laboratorio: Diosa Canales y la camarada Rosita.

De ser cierta la muy machista expresión que asegura que “detrás de cada hombre que triunfa hay una gran mujer”, también podría afirmarse que “detrás de cada vedette está el negocio de la televisión”, esa máquina que demuele curvas y carnosidades para transformarlas en escándalo, raiting y mucho dinero.

T/ Armando Carías

armandocarias@gmail.com
Caracas

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