Por Marcelo Barros|El arte del buen envejecer (Opinión)

La ONU consagra el 1o de octubre como Día Internacional de Protección a las Personas Ancianas. En el mundo actual un número siempre más grande de personas llega a una edad que en otros tiempos pocos lograban alcanzar. El reto es garantizarles una vida lo más activa posible e integrada en una sociedad donde -cada vez más- la esperanza de vida de la población aumenta, pero como son los jóvenes quienes más producen y más consumen, parece que solo los jóvenes tienen importancia.

En muchas ciudades, hay asociaciones que proporcionan cursos, bailes y paseos para ancianos. Universidades desarrollan programas de extensión y actividades propias para personas mayores.

En todas las culturas envejecer es un proceso difícil y exigente. No es fácil ver y experimentar el progresivo deterioro del propio cuerpo y mantener el espíritu jovial. Hasta hoy, nadie puede evitar la vejez física.

Todos los organismos fueron pensados por la naturaleza para nacer, vivir, reproducirse y después morir. Por lo que sabemos, durante siglos, la media de la vida humana era de 30 años. Algunos estudiosos dicen que, desde los 30 años, entramos en una etapa de vida para la cual la selección natural no nos ha preparado.

Leonard Stayflick, profesor en la universidad de California, afirma: “La vejez es producto de la civilización. Solo ocurre en los humanos y en animales domésticos o mantenidos en zoológicos”.

Hay una relación entre envejecimiento y edad, pero hay personas de 90 años que parecen tener 70 y hay otras con 70 que viven como si tuvieran 90. Aunque no se puede generalizar, podemos decir que, hasta cierto punto, la energía del espíritu en acción en la persona, eso es, una espiritualidad, religiosa o solo humana, puede tener una buena influencia en el proceso del buen envejecer.

Para eso, la primera cosa que las tradiciones espirituales proponen es mantener siempre un proyecto de vida profundo, coherente y movilizador que dé sentido a la vida.

En los inicios de los años 90, en Recife, el obispo Helder Camara, con sus casi 90 años, recibió la visita del famoso Abbé Pierre, fundador de una asociación que trabaja con los pobres de la calle. Los dos ancianos fueran interrogados por los periodistas: “¿Cómo ustedes se sienten al percibir que, después de consagrar toda la vida a la liberación de los pobres del mundo, han logrado tan poco?

En nombre de los dos, Don Helder respondió: “-Estamos felices de haber logrado al menos ese poco y nos comprometemos en dar hasta nuestro último suspiro por esa causa en que creemos y por la cual queremos dar la vida. Esa es nuestra alegría en la vejez”.

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