Alberto Aranguibel|Así paga el capitalismo (Opinión)

No hay convención que dé un hombre a otro hombre en propiedad”

Simón Rodríguez

Cuando el Comandante Chávez lanzó el programa de microcréditos que perseguía saldar en una primera fase de la revolución la deuda social acumulada durante décadas de indiferencia gubernamental hacia los pobres, la reacción de la derecha criolla, en particular el sector financiero, no se hizo esperar. Que eso demostraba una total ineptitud para el manejo económico de la nación era lo más lindo que se decía, pasando por acusaciones de “populismo”, “despilfarro” y hasta de “insania mental” contra el líder de un proceso incluyente que apenas daba sus primeros pasos.

Chávez tenía plena conciencia de que el socialismo que él quería para Venezuela no llegaba hasta ahí. Su propósito era crear el hábito de la participación protagónica del pueblo para un proyecto de mayores dimensiones.

Pero el concepto no era invención del Comandante. Y ni siquiera surgía de las formulaciones económicas de los países socialistas existentes hasta aquel momento como para que pudiera atribuírsele el calificativo de “comunistoide”.

Por el contrario, su origen está determinado por la lógica capitalista de la acumulación, que obliga a la empresa privada a crecer año tras año en sus utilidades a una tasa mínima de un 20% anual para comenzar a ser considerada rentable por la mayoría de las asambleas de accionistas, con lo cual las economías del mundo tienden a ser cada vez más concentradas en menos manos y la pobreza a crecer progresivamente de manera exponencial.

A tan demencial lógica no escapa por supuesto la banca como base del sistema financiero sobre el cual ese modelo se sustenta. Siendo la institución que mejor expone el carácter explotador del capitalismo en la sociedad contemporánea, fue de su seno de donde surgió la idea de incorporar a los pobres a las economías de las que desde siempre fueron excluidos, a través de una figura que hoy se conoce como “bancarización”.

Muhammad Yunus, fue quien desarrolló a finales de los años 70’s en Bangladesh la idea de convertir a los millones de pobres que a lo largo del mundo el capitalismo va convirtiendo en despojos humanos sin ningún interés económico, en actores de una modalidad de relanzamiento de las economías emergentes o en vías de desarrollo a partir del incremento de la cartera crediticia de los bancos, con el otorgamiento de microcréditos que estimularan la generación de autoempleo en las zonas rurales o de escasos recursos, siempre que aseguraran una atractiva tasa de retorno.

De inmediato la iniciativa fue acogida por el mundo capitalista al extremo de ser instrumentada incluso por los países más desarrollados del mundo, como los Estados Unidos, Francia y Canadá. En 1996, en plena efervescencia del neoliberalismo puntofijista, Yunus recibe en Venezuela el Premio Internacional Simón Bolívar, en 1998 el Premio Príncipe de Asturias, en 2009 el Nobel de la Paz, y en los Estados Unidos la “Medalla Presidencial por la Libertad” y la “Medalla Dorada del Congreso”. El capitalismo sabe premiar a quienes ayuden a perfeccionar su modelo.

Capitalistas al fin, dejaron por fuera el necesario mejoramiento de las condiciones de vida, del desarrollo, acceso y abaratamiento de los servicios públicos, y la necesaria independencia económica indispensable para que los beneficiarios de esos microcréditos pudieran salir adelante con sus emprendimientos en un ámbito de verdadera libertad de oportunidades y de desarrollo sostenible del país. La idea subyacente en aquel tan aclamado proyecto por las élites neoliberales no era en modo alguno la superación de la miseria, sino convertir al pobre de inservible en explotable.

A diferencia de los venezolanos, que fueron beneficiados con una política revolucionaria de microcréditos cuyo reglamento consagra expresamente la protección al emprendedor y obliga a la entidad bancaria a respetar los derechos del mismo por encima del interés de la institución financiera, los bangladesíes no corrieron con la suerte de contar con un Estado que concibiera la inclusión social de una manera integral, quedando a merced de su buena suerte en sus emprendimientos.

El fracaso del proyecto no se hizo esperar y en menos de dos décadas la mayoría de la población favorecida por aquel programa, pensado únicamente para satisfacer las necesidades de crecimiento de la banca privada en uno de los países más pobres del mundo, fue incapaz de responder al cumplimiento de los compromisos contraídos.

Todavía no se sabe en qué momento ni de qué manera surgió en medio del desespero de esa pobre gente la idea de vender lo único verdaderamente suyo que les quedaba… sus propios órganos.

La voracidad capitalista, que puso a miles de norteamericanos a buscar resolver con dinero las necesidades de órganos para trasplantes quirúrgicos que no podían encontrar en su propia nación, hizo que la mayoría de la gente pobre del lejano país asiático encontrara en la venta de sus órganos un negocio lucrativo con el cual hacerse de unos cuantos miles de dólares sin el mayor esfuerzo y de la noche a la mañana. Quienes antes eran pobres, pero con riñones que vender, ahora son pobres sin esperanza porque no solo no tienen ya sus órganos vitales sino que padecen cada vez más un sinnúmero de deficiencias de salud por esa razón.

Vivir a sabiendas de que para ello extingues la vida de otro ser humano es inmoral y deplorable. Pero hacerlo porque compras a la gente como si fuera una mercancía es desalmado, cruel y repugnante. Tal vez peor que la propia esclavitud.

Estudios recientes del Banco Mundial y de la organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) expresan una abierta preocupación por el bajo nivel de conocimientos financieros de la población, particularmente en Latinoamérica, hacia donde están dirigiendo programas de “alfabetización financiera”, como los denominan. Milagros Medrano, gerente de Relaciones Institucionales del Banco Macro, de Argentina, “la educación financiera es una herramienta reconocida para avanzar hacia la inclusión y el desarrollo económico y social”, razón por la cual es de importancia estratégica para su entidad.

En Venezuela tal vez estemos experimentando el inicio de un proceso similar de enajenación social que pudiera alcanzar niveles nunca antes visto en nuestro país, de llegar a revertirse con la vorágine neoliberal que viene abriéndose paso entre buena parte de la población el modelo de justicia e igualdad social que ha impulsado la revolución bolivariana. Un fenómeno que puede hacer estragos particularmente en esos sectores de bajos estratos socioeconómicos que están encontrando en la lógica de la especulación una provechosa consecuencia del afán consumista que ha invadido al país.

El bachaqueo (o compra de mercancía a bajo costo para revenderla a precios especulativos) es un mecanismo a través del cual el pobre piensa como rico pero sin serlo. Quizás la más perversa trampa a la que es sometido hoy ese sector, al hacerle creer en la ilusión de una efímera prosperidad en la que apuesta lo que no tiene en función de su bienestar, cuando en realidad con la visión estrecha e individualista en la que se funda esa modalidad de mercado informal solo genera niveles de inflación artificial que terminan por enriquecer a los inmorales capitalistas que están detrás de ese gran negocio de la usura y deprime cada vez más el poder adquisitivo de su propia clientela potencial, es decir de todos los venezolanos, incluido él mismo que a la larga deberá soportar las inclemencias de una economía cuyas distorsiones y deficiencias derivan en buena medida de esa carrera por acumular dinero fácil de manera tan irracional y fuera de todo parámetro de control o equilibrio en el marco de la economía nacional.

La tragedia de Bangladesh es el más crudo y demoledor ejemplo de cómo la ilusión vana del capitalismo puede destruir a un pueblo de la manera más inmisericorde e irreversible.

Chávez vio con perfecta claridad ese peligro. Su propuesta jamás fue la del paliativo económico como solución a la miseria del pueblo, como tan infamantemente ha sido acusado desde siempre por la derecha, sino la transformación profunda de la sociedad. Tal como nos lo decía en su Aló Presidente 255, del 21 de mayo de 2006, “En el socialismo la economía está al servicio del ser humano y es un instrumento fundamental para generar igualdad.”

Pensar que la economía debe ir por delante de lo político en esa transformación, es ir contra el más puro y auténtico pensamiento chavista.

@SoyAranguibel