Por Beatriz Aiffil|Caracas morena (Opinión)

Nunca fue tan clara esa imagen de García Márquez: El pueblo flotaba en calor. “Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no volvían a abrirse hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. Sólo permanecían abiertos el hotel frente a la estación, su cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo al lado de la plaza. Las casas, en su mayoría construidas sobre el modelo de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta sentados en plena calle”.

Las escenas de los pueblos gaciamarquianos reviven en nuestras memorias. Caracas, más caribeña que nunca, flota en calor. La palabra resolana, que en raras ocasiones utilizamos, emerge de las bocas de todos y el cuentico de que la ola de calor continuará en junio y julio ya va por octubre. En las estaciones del Metro donde hay mucha gente, los andantes se refugian pidiendo clemencia de los fustigantes rayos solares pero caen presas de un angustioso calor aplacado a ratos por el aire acondicionado de los vagones. Arriba, en la calle, buscan los arbolitos que, afortunadamente, pueblan las avenidas. Una pobre mujer busca la acera de la sombra porque su mamá no parió teja. Da pena ver a la gente en pleno mediodía cuando el beneficio de la sombra está negado. Gente nada graciosamente grasienta tratando de poner freno a los goterones de sudor que ruedan por sus cuellos hacia destinos inconfesables. Entonces penetran en las tiendas que están abiertas porque aquí nadie vende nada pero nadie cierra. Rostros pringosos curucutean en los mostradores y vitrinas con la firme intención de no comprar nada sino de robarse un rato de sombra, un alivio de sol.

Papelón con limón, por favor, pide un señor de rostro tan rojo que mueve a compasión. Pero son pocos los rojos. Aquí todo el mundo se está morenizando. Aquellos que escondieron a la abuela no hallan qué hacer con la melanina delatora. Todo el mundo está más tostadito, como si hubiesen ido a la playa en cambote. ¿Y qué van a hacer pues sino asumir su pardaje?

Así está mi Caracas de estos días. Hermosamente morena. Lo malo es el calor.

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