Con la muerte de Alberto Naranjo la música afrocaribeña pierde a uno de sus máximos exponentes

«A veces con la música no hace falta hablar otro idioma porque uno logra llegarle a la gente, es un pasaporte que uno tiene. Con la música no encontramos alcabala”,señaló en una oportunidad Alberto Naranjo, quien falleció a sus 78 años, pero dejó un legado en la música, en su mayoría de géneros afrocaribeños.

Hijo de la también mítica bolerista Graciela Naranjo, Alberto, como autodidacta comenzó su carrera como baterista profesional a los 18 años, en las orquestas de Chucho Sanoja, Los Melódicos y Porfi Jiménez. En los años sesenta se enfocó exclusivamente en sesiones de estudio, convirtiéndose en uno de los músicos más buscados del país por sus arreglos.

Dejó más de una decena de discos grabados en distintas agrupaciones, entre las que cuenta a su Trabuco venezolano como una respuesta, como él mismo señaló en varias oportunidades a las orquestas de salsa nacionales que sucumbieron ante el arrollador impacto de grupos extranjeros del género.

Se puede decir que el Trabuco venezolano no fue una banda tradicional de salsa por muchas cosas. Sus arreglos se acercaban al latin jazz. No utilizaban la típica percusión menor de las otras agrupaciones de salsa, en las que figuraban el güiro, maracas y claves, por el contrario, el trabuco se centraban en una batería de jazz clásico, congas, bongos, timbales, piano y bajo delante de las trompetas, trombones y saxofones, como en las antiguos ensambles de las big band.

Más adelante agregaron la guitarra eléctrica o una sección de cuerda al formato. El Trabuco venezolano hizo cinco grabaciones de estudio y registró dos álbumes en vivo con el grupo cubano Irakere. En 1917 celebraron con dos funciones sus cuatro décadas de existencia en el Teresa Carreño de Caracas.

Hombre culto, fue columnista en diversos medios nacionales como El Mundo, El Nacional y algunas webs, entre otros. Escribía de música y cine, otra de sus pasiones. Por otra parte, fue furibundo fanático de los Medias Rojas de Boston. Las conversaciones con Alberto sobre beisbol siempre fueron muy amenas y uno siempre aprendía algo nuevo en esas tertulias.

T/ Eduardo Chapellín
F/ Archivo CO
Caracas
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