Hubo indignados en remotos tiempos en España. Acampaban en la Plaza del Sol muchos españoles, no solo madrileños, era solo el síntoma de un malestar que recorre España y Europa, hoy con mucho más fuerza, luego de haber probado mediante la extenuación y frustración de sus clases trabajadoras, la no aparición de las mieles del capitalismo, de las que les hablaban sus líderes políticos, que les aseguraban un futuro de educación, salud, progreso, bienestar y todas las demás maravillas que promete el capitalismo, y cuyos economistas les solían decir que: “Si somos capitalistas integrales, a los pobres de siempre (ustedes), les goteará algo de la abundancia que se acumulará en manos de los ricos”, sabiendo aquellos y éstos que tal promesa no se cumpliría.
Grecia estuvo al borde de una insurrección popular, neutralizada por tener una izquierda impotente e inoperante; hubo acampadas parciales frente a Wall Street, en Londres, en París se percibió el mal que los aqueja, en Italia las calles se llenaron de insatisfechos económicos; y en toda Europa ya no es noticia que sus gobiernos no representan sus pueblos, sino a los más grandes y poderosos capitalistas, dueños de las mayores corporaciones de Europa; que ya no existe la democracia.
El poder absoluto de los capitalistas es concomitante a la miseria de los pueblos, y ambos son el signo de los tiempos en Occidente, y al parecer así seguirá siendo por muchos años; es una época de frustración, los sueños eran espejismo. El cinismo y la consecuente violencia es la marca de toda conducta futura, fértil campo para el fascismo, que es la forma política del capitalismo, en triunfo o en crisis.
En tal situación, solo las fuerzas populares pueden resolver si están dirigidas a realizar el socialismo, o sea, a tomar las riendas de todo el sistema productivo, de distribución y el sistema institucional para dirigir sus naciones. Lo pueden hacer porque los mencionados sistemas están ya en manos de los pueblos, estos pueden perfectamente prescindir de los capitalistas dueños, pues el saber de todo tipo está en sus mentes.
La crisis civilizatoria de Occidente consiste en el poder absoluto de los dueños de los capitales y la inexistencia de sentido de la vida en las sociedades de Europa y de Estados Unidos.
La crisis de Occidente nos advierte: solo si el pueblo venezolano acaba con la lumpenburguesía nacional, que es un pesado fardo pues parásita al pueblo, nosotros podremos decir que estamos construyendo una sociedad socialista, o sea, sin clases sociales.