Por Marcelo Barros|Democratizar la democracia (Opinión)

Hace pocos días, en Brasil, la Presidenta de la República firmó un decreto creando la “Política Nacional de Participación Social”. La Constitución brasileña declara que “todo poder emana del pueblo, que lo ejerce, sea a través de representantes elegidos, sea de forma directa por medios que la Constitución debe prever”. La iniciativa del Gobierno brasileño fue solo organizar lo que está previsto en la Constitución y que, en las marchas de 2013, las manifestaciones populares han pedido. Aun así, la prensa y congresistas conservadores acusan a la Presidenta de intentar “sovietizar” o “bolivarianizar” el Brasil, lo que para ellos sería sinónimo y negativismo.

De hecho, el objetivo del decreto presidencial es ser un instrumento a través del cual los grupos y organizaciones sociales puedan participar en las decisiones políticas y ejercer la plena ciudadanía. Eso uniría más al Estado y a la sociedad civil.

El texto del decreto declara que busca “fortalecer y articular los mecanismos e instancias democráticas de diálogo y la actuación conjunta entre la Administración Federal y la sociedad civil”.

Los sectores sociales que se movilizan en contra de ese decreto siempre han luchado por la manutención de sus privilegios de élite. En el tiempo de la dictadura militar, esos conglomerados de comunicación, propiedades de gente millonaria, así como los partidos políticos de derecha sostenían el Estado de excepción, favorecían la censura a las libertades civiles, eran conniventes con las prisiones arbitrarias y hasta con la tortura y los asesinatos de adversarios políticos cometidos por paramilitares.

Ahora manifiestan su desesperación al ver la sociedad civil más organizada y con instrumentos de participación en los destinos del país. Es función de todas y todos los ciudadanos valorar sus derechos civiles y difundir la verdad, tanto en los grupos de base, como en la familia y entre los más cercanos.

Para las comunidades cristianas, la palabra “participación social” es la que traduce mejor el término greco: Koinonia, que en las iglesias, se llama comunión. Crear la plena comunión –como efectiva participación social– tanto en las iglesias, en la sociedad y en el Estado, es un proyecto divino. Cada iglesia debería ser un espacio de igualdad y participación social como un ensayo de un mundo nuevo.

Dios quiere una unidad participativa de todo ser humano en todos los niveles de la vida. Paulo escribió a los cristianos de Corinto: “A través de Jesucristo, Dios nos ha llamado a la comunión, o sea, a la plena participación social”(1 Cor. 1, 9).

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Recife/Brasil