Por Hildegard Rondón de Sansó|Dignidad humana y código de la sospecha (Opinión)

En el criterio de muchos de los estudiosos del Constitucionalismo moderno, la dignidad es uno de los valores que sustentan la tutela de los derechos fundamentales y, consiguientemente, de las garantías con las cuales la Constitución los protege.

La dignidad se vincula a la integridad del ser humano y por eso se refiere tanto a su parte física, como a la psíquica y a la moral y, asimismo, a sus creencias, opiniones y pensamientos. Tutelar la dignidad significa proteger la coexistencia de todos estos elementos porque si alguno de ellos es afectado también lo serán los restantes.

La Constitución nuestra, no solo en la parte general, alude a la dignidad, sino que la protección de la misma, la realiza con relación a derechos específicos a todo lo largo de su texto.

Una de las lesiones más graves que se hacen a la dignidad es la presunción de culpabilidad que hoy en día todo viajero carga siempre como una inseparable maleta.

En efecto, todo aquel que se enfrenta a una aduana tiene sobre si la presunción de ser un contrabandista; los ojos inquisidores de los funcionarios buscarán cualquier signo revelador de la tácita imputación: en el nerviosismo del examinado, en el titubeo de las respuestas.

Además de lo anterior, en los momentos actuales, la más fuerte de las presunciones que todos los viajeros llevamos encima es la de terrorista, en forma tal que el frasquito con las lágrimas artificiales que cuidadosamente hemos colocado en el bolsillo interior de la chaqueta para utilizarla con la mayor facilidad posible es sospechoso de ser un componente para la preparación de la bomba “solo-mata-gente.”

Agreguemos a lo señalado que en todos los puntos de control de inmigración se nos hará sentir que pesa sobre nosotros la presunción de narcos, nacida del hecho de que visitamos a Colombia hace 10 años y de que estamos leyendo la novela de Arturo Pérez Reverte “La Reina del Sur”.

Terrorista; contrabandista o narco son las tres sospechas que recaen sobre nosotros y para confirmar su existencia tendremos que despojarnos de elementos básicos de nuestra vestimenta (cinturones; chaquetas; zapatos) todo ello bajo la mirada despectiva y oblicua de los funcionarios expresamente entrenados para irrespetar en todas las formas posibles al público, cualquiera que sea su pasaporte, su investidura o su conducta.

El control que se ejerce es en el fondo torpe e inútil, pero sí tiene un efecto diabólico, indeleble y es el de lesionar la dignidad. Sabemos que todos los controles no son más que el intento de justificación de las políticas represivas a través de los cuales los Estados revelan su total desprecio por la dignidad humana.

Es necesaria una cultura del respeto de los valores fundamentales que la Constitución sustenta que haga sentir al infractor la gravedad de las violaciones cometidas, aun cuando aparentemente no existan daños tangibles.

Hay que constituir asociaciones de víctimas de las conductas arrogantes de los funcionarios que se basan en el “Código de la sospecha” aplicable a cualquier viajero, según el cual todos podemos ser “contrabandistas” o “terroristas” o “narcos”, para que exista una voz que exija el respeto para la dignidad de quienes quedan sometidos a controles degradantes e injustificados.

sansohidelgard@hotmail.com