Por Gisela G. Lara Toro|Dos imprescindibles (Opinión)

Si muero no importa, otros vendrán detrás que recogerán nuestro fusil y nuestra bandera para continuar con dignidad, lo que es ideal y deber de todo nuestro pueblo

Fabricio Ojeda

Además de la ideología socialista, las ganas de luchar, el compromiso con la Revolución, y un inmensurable y profundo amor hacia el pueblo, dos grandes imprescindibles de nuestra historia reciente, el comandante Chávez y mi papá, Willian Rafael Lara, compartieron una cosa más: el día de su cumpleaños.

Quizá los que creen en la astrología pensaran que el que ambos hayan nacido un 28 de julio, aunque con seis años de diferencia, tiene algo que ver con el resto de las cosas que compartían. Yo no lo sé. Pero lo que si sé es que a los dos los movió una capacidad enorme de sentir el sufrimiento ajeno, algo que parafraseando al Che Guevara, es indispensable en un revolucionario.

Para Willian Lara los cumpleaños pasaban desapercibidos, o al menos eso intentaba él. Pero aunque no le gustaran las celebraciones, a cualquier rincón del país donde él estuviera íbamos a dar sus dos hijos y su esposa para que, casi a regañadientes, se dejara cantar el Hay que noche tan preciosa, y picar una torta.

Y no le gustaban las celebraciones no porque le faltara esa chispa dicharachera del venezolano, sino porque sentía que eran minutos restados a su trabajo por el pueblo. Porque él sintió siempre una urgencia tremenda de resarcirle a los pobres y oprimidos de Venezuela los daños causados por tantos años de abandono y saqueo.

A veces parecía como si Willian, aquel muchacho campesino que gracias a sus buenas notas y a su esfuerzo había salido de su pueblo natal, El Socorro, para ir a estudiar periodismo en la Universidad Central de Venezuela, sintiera que era su responsabilidad no permitir que los niños de su amado Guárico, ni de ningún lugar, tuviesen que pasar por las dificultades que él pasó en su infancia.

En retrospectiva, esa responsabilidad que en algún momento fue incomprensible, se ve ahora como una realidad ineludible. Sí, ese muchacho campesino tenía aquella responsabilidad, la tiene cada ser humano, y Willian la cumplió hasta su último día en esta tierra.

DEL TAMAÑO DEL COMPROMISO

Antes de que conocer a Chávez y comenzar a formar parte de la Revolución Bolivariana, Willian ya luchaba contra las injusticias desde cualquier trinchera donde pudiese, y así, casi de incógnito, hubiese continuado de no ser por que la patria le encomendó otras tareas.

Aunque nunca aspiró a ningún cargo, hizo honor a aquel dicho sabanero que tanto repetía: “el llanero es del tamaño del compromiso que se le presente”. Así, se sometió como un soldado al llamado de la revolución y ocupó en el gobierno los cargos que el Comandante Chávez le asignó.

Uno de los momentos en el que más demostró esa capacidad de asumir la tarea que le tocara fue en la madrugada del 12 de abril de 2002, cuando a pesar de ser un pacifista le dijo al Comandante Chávez, “Presidente, si hace falta agarrar un fusil, aquí están estas manos”.

No hizo falta, gracias al bravo pueblo. Pero es imposible no recordar el papel fundamental que jugó Willian con su lealtad en aquel capítulo de nuestra historia reciente, al negarse a entregar la Asamblea Nacional a los golpistas, y resistir hasta el retorno del Comandante Chávez.

EJEMPLAR

Siempre se las arregló para balancear esas responsabilidades con la de ser padre. Así, cargando para arriba y para abajo con sus dos muchachos, logró inculcar con el ejemplo lo que nunca hizo falta que tratara de enseñar con regaños o sermones: la honestidad, la lucha, la sensibilidad hacia las injusticias.

Lo mismo hizo con sus colegas periodistas, a quienes siempre habló con la verdad y de quienes siempre exigió lo mismo, que hablaran y escribieran con la verdad.

La verdad siempre formó parte transversal de su verbo. “Con la verdad ni ofendo ni temo”, repitió muchas veces en discursos públicos, citando a José Gervasio Artigas, y así lo demostraba en la acción.

Muchas veces fue criticado por su franqueza, pero nunca la cambió.

¡A LA ORGANIZACIÓN!

Willian, como Chávez, fueron absolutamente imprescindibles, al igual que Jesús Romero Anselmi, Carlos Escarrá, Guillermo García Ponce y tantos otros.

Y aunque la pérdida de un imprescindible viene acompañada de un dolor inmenso y de una sensación de vacío que no se quita jamás, cada uno de los que se va deja un mar de enseñanzas y se multiplica en millones.

A esos millones nos toca ahora tomar el testigo, recoger el fusil, y seguir con la lucha hasta que el único imprescindible sea el soberano.

Para eso tenemos que atender al llamado que siempre hicieron Hugo Chávez y Willian Lara, organización del poder popular. Así, cada vez con más profundidad, el pueblo organizado seguirá asumiendo las riendas de esta revolución que es suya, que le pertenece en lo más profundo, por la que nuestros imprescindibles dieron su vida, y que no puede depender de nada más que del pueblo, ni someterse a la voluntad de nadie más que a la del pueblo, para que alcancemos el verdadero socialismo.

No hay mejor manera de honrar a nuestros imprescindibles que esa.

Texto/Gisela G. Lara Toro