Armando Carías|Estación Altamira (Opinión)

En el Metro palpita el corazón de la ciudad. En sus vagones late el ánimo de una metrópolis repleta de estaciones y de noticias. Como un titular de primera página, los comentarios de los pasajeros son pregonados entre Palo Verde y Propatria, haciendo transferencias que conectan destinos y opiniones.

Ya quisiera para sí el más avezado periodista la capacidad de síntesis informativa de la señora gorda que viaja a mi lado.

¡Ya trancaron Altamira!

De inmediato la voz del conductor del tren da la “versión oficial”: “Se le informa a los pasajeros que la Estación Altamira no está prestando servicio comercial”.

Como si se tratara de un pueblo fantasma en el que nadie hace escala, atravesamos una estación desolada, sin percibir la barbarie que se desata en la superficie.

¡Oh sorpresa! Los aplausos de las “heroicas” jornadas de días anteriores, dan paso a una estruendosa pita que le sirve a mi voluminosa vecina para dar una nueva lección de periodismo, esta vez, sobre el cambio de matrices mediáticas:

Señores, ¿y qué pasó con los aplausos?… ¡ahhhh!… ¿se cansaron de tragar humo en sus apartamentos?… ¿no les gusta hace picnic entre basura ni ver a la Guardia en la puerta de su casa?

En el Metro, decíamos, palpita el corazón de la ciudad. Podría agregarse que el Metro es un medio de comunicación en la doble acepción de la expresión: nos comunica de un lugar a otro de esta urbe que amamos y odiamos de acuerdo a nuestro temperamento, pero también nos comunica porque democratiza las voces de quienes penetramos en su laberinto de túneles y nos permite enterarnos, en tiempo real, de lo que está pasando arriba.

armandocarias@gmail.com