Marcelo Barros|Fraternidad y tráfico humano (Opinión)

Parece increíble que en el mundo actual aún existan personas sometidas a situaciones de esclavitud. Sin embargo, la ONU declara que entre 600 y 800 millones de personas están sufriendo algún tipo de esclavitud y eso ocurre en todos los continentes.

Los campesinos son obligados a trabajar horarios extenuantes, lejos de su casa y sin ganar nada, para pagar la comida o los gastos de transporte. En una ciudad inmensa y moderna como Sao Paulo, bolivianos pobres vienen trabajar y acaban como esclavos en industrias clandestinas de tejidos en la periferia urbana. Mujeres son llevadas a Europa o América del Norte como esclavas en el mercado del sexo. Niños son robados de sus padres o vendidos para comercio ilegal de órganos u otros fines inhumanos.

En Brasil, la conferencia de los obispos católicos, preocupada con la alta incidencia de ese problema, tomó el tráfico humano como el tema de la campana de Cuaresma en ese año.

En Europa una encuesta revela: En una sociedad dominada por el interés económico, hasta las personas son vistas como mercancía. Mientras no se cambie la estructura de la sociedad capitalista existirán personas en situación de fragilidad humana y que serán víctimas del tráfico.

El papa Francisco ha denunciado la cultura del individualismo y de la indiferencia en relación a los oprimidos.

En la isla de Lampedusa, donde miles de migrantes africanos han naufragado al intentar entrar en Europa, el papa declaró: “Es necesario llorar por la crueldad del mundo y que también está en nosotros. Es necesario exigir cambios por parte de aquellos que toman decisiones económicas que permiten dramas como este”.

Las Iglesias cristianas tienen como misión testimoniar el proyecto divino de justicia y paz para el mundo. Para los cristianos, la Pascua de Jesús es actualizada en los signos de liberación y vida nueva para todos. La celebración pascual será profunda y eficaz si no se queda solo en las devociones de la Semana Santa y restringida al culto. Es importante que se traduzca en acciones de transformación de la sociedad.

El tráfico humano es una llaga tan terrible de la humanidad actual que todos tenemos que prevenir y evitar su ocurrencia, así como denunciar los casos que descubramos y luchar para que el mundo pueda ser libre de esa enfermedad terrible. Los cristianos tienen que vivir y ayudar a toda la humanidad a vivir lo que dijo Pablo a los gálatas: “Fue para que seamos libres que Cristo nos liberó” (Gl 5, 1).

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Recife / Brasil