Hoy se cumplen 45 años de la muerte del autor de Doña Bárbara y Canaima|Gallegos recuperó para el pueblo el sentido de nación que Gómez le robó

Hoy se cumplen 45 años de la muerte de Rómulo Gallegos, el único maestro que ha sido presidente de Venezuela, depuesto por un golpe de Estado que asentó en el poder a Marcos Pérez Jiménez, el mismo que ayudó a Acción Democrática a derrocar, tres años antes a Isaías Median Angarita.

Autor de Doña Bárbara, novela leída por generaciones de liceístas, se le recuerda como escritor más que como político, pero esa faceta no se puede desligar de su condición de creador, como lo revelan las palabras del poeta y ensayista Luis Navarrete, asesor del Correo del Orinoco.

Navarrete explica que con su obra literaria Gallegos les ofreció a las venezolanas y los venezolanos una visión de país extenso, complejo y diverso que el “largo y funesto régimen régimen de Juan Vicente Gómez” había anulado por completo.

“Venezuela era, para ellos (los gomecistas), una inmensa hacienda, un gran predio latifundista manejado a su antojo por un gran señor feudal, respaldado, custodiado y manipulado desde lejos por un gran poder imperial que se llevaba algo esencial para su desarrollo económico: nuestro petróleo”, aseveró.

Destaca que con sus relatos, sus personajes, e incluso con la descripción del paisaje, “Gallegos rescató para nuestro pueblo el sentido de la nación venezolana porque, más allá de sus puntos de contacto con la tramposa antítesis entre civilización y barbarie toda su obra constituye un rechazo contundente de la cultura oscurantista y regimentada del gomecismo”.

“Venezuela era, para ellos, una inmensa hacienda, un gran predio latifundista manejado a su antojo por un gran señor feudal y respaldado, custodiado y manipulado desde lejos por un gran poder imperial que se llevaba algo esencial para su desarrollo económico: nuestro petróleo. Ese le impuso al pueblo venezolano la visión de país que convenía a sus intereses y a las de las transnacionales petroleras”, asevera.

MÁS ALLÁ DEL POSITIVISMO

Tradicionalmente, se ha dicho Doña Bárbara presenta la lucha entre civilización y barbarie, planteamiento que Navarrete no comparte: “Gallegos se distancia de la reduccionista tesis de civilización versus barbarie de (Domingo Felipe) Sarmiento, porque enfoca críticamente el resultado sociocultural de un tipo de progreso que solo genera atraso, injusticias, violencia, caudillismo e incultura”.

Con esta afirmación, el exdirector de la Escuela de Letras de la UCV quiere mostrar que Gallegos superó los planteamientos del positivismo. Esta corriente filosófica orientaba los proyectos “civilistas” de la época y que planteaba que la voluntad de algunos individuos ilustrados podía imponerse al poder de caudillos primitivos que controlaban el poder e impedían la apertura y el desarrollo de las sociedades.

En ese sentido, admite en que la obra de Gallegos se pueden observar “puntos de contacto” con la antítesis civilización-barbarie, “y sus ataduras con el positivismo”, pero insiste en que va más, allá de eso: “Desde una perspectiva reformista, pero con mucha honestidad intelectual, nos restituye un conglomerado humano de gran diversidad y riqueza cultural: la nación venezolana”.

IDENTIDAD RECUPERADA

Algo que hoy parece obvio, Navarrete lo destaca como un valioso aporte del autor de Doña Bárbara y Canaima, la existencia simultánea de seres y grupos humanos de diversa condición pero arraigados con igual intensidad sobre la misma tierra: indios, negros, mestizos, blancos, campesinos, latifundistas, brujos, doctores, una enumeración de personajes que en su relato aparecen unidos en un todo: el país. En ese todo, por cierto, también tenían presencia propia los gringos de la avanzada petrolera transnacional.

“Desde la literatura, Gallegos acometió el intento más coherente y de más largo aliento dirigido a rescatar una identidad sistemáticamente negada por el régimen gomecista y que era necesaria para recobrar la dignidad nacional. En esa dirección coincidió, más en el ámbito cultural que en el político, con el proyecto reformista de la socialdemocracia latinoamericana de su época”, acota el ensayista. Y con base en esa afirmación adelanta una sentencia:

“Sin la novelística de Gallegos, la nación venezolana hubiera entrado desnuda a la fiesta democrática posgomecista. Gallegos la vistió con un ajuar muy diverso, pero muy representativo del ser nacional, para que ingresara con dignidad a ese escenario”.

NOVELA EMBLEMÁTICA

Mario Vargas Llosa le dio vida al concepto de “novela total”, que busca dar cuenta por sí misma de una “realidad total”, que a su vez expresa del modo más pleno posible la realidad de su tiempo. Para ello, procura construir un relato totalizador, mediante todo tipo de recursos estilísticos y una acuciosa elaboración del mundo interior y psicológico de los persona. Eso le da una gran verosimilitud, al punto de que crea el efecto de que no es ficción, porque se pueden reconocer en la “vida real” los asuntos que allí se presentan. Incluso alguien puede encontrar allí claves para comprender lo que ocurre en su entorno en un determinado momento.

Navarrete considera que, en el caso de Doña Bárbara “tal vez sería excesivo llamarla total”, pero asevera que “sí es una obra esencial para entender el ser venezolano”.

“Aunque está focalizada en un ámbito geográfico y sociocultural muy específico, el llano, Doña Bárbara logró sintetizar, mediante un cerrado sistema retórico que la convirtió en una novela en clave, la situación del país durante el gomecismo. La hacienda donde se cometen todo tipo de arbitrariedades se llama El Miedo; su dueña, Doña Bárbara; el joven abogado que llega a rescatarla, Santos Luzardo (un santo que arde en luz); el gringo que explota sus riquezas, Míster Dánger (el “Señor Peligro”)”, detalla.

NOVELA EMBLEMÁTICA

Esos nombres cargados de simbolismo reconstruyen una serie de significados que permanecían atenuados en la historia, ajenos a la gente común, que difícilmente leería los grandes tratados sociológicos o historiográficos. Ahora, a través de una emocionante novela, se producía lo que Navarrete denomina “el rescate literario de un área tan extensa, que viene a ser como el gran vientre del país al que concurren todas las regiones (la nortecostera, la andina, la amazónica, la oriental)”.

Ese rescate fue lo que “le confirió a la novela un sentido emblemático. Esa escogencia, como era lógico, no debe haber sido ingenua: en los llanos había un pueblo indómito que acompañó a los libertadores, con Páez a la cabeza, en una guerra contra la ignominia esclavista y la dominación colonial. Habría que preguntarse también por qué ninguna novela de Gallegos se desarrolla en los Andes. A pesar de no ser, según el juicio de renombrados críticos, la mejor obra de Gallegos, Doña Bárbara se ha convertido en la novela más representativa de lo venezolano”.

“Doña Bárbara es la novela modélica de Gallegos, la que lo representa para el gran público venezolano y para el lector extranjero. Creo que se ha traducido a casi todos los idiomas. Y en ella hay algo esencial: esa obra sintetiza, de modo ejemplar, los principios esenciales del Gallegos ideólogo”, enfatiza el docente. De ese modo, hace visibles los vínculos de sangre entre el escritor y el político, y expresa que en la saga de La Devoradora de Hombres cobran vida “los principios del programa de saneamiento ético, social y cultural esbozado, entre 1904 y 1912, en los artículos de La Alborada y de El Cojo Ilustrado”.

“En definitiva”, afirma Navarrete, “ninguno de nuestros novelistas ha tenido ese afán abarcador, esa intención –casi un programa– que integre las más representativas las áreas geográficas y socioculturales de la nación venezolana. Era como rescatar, apropiarse de lo que el gomecismo nos robó”.

“Ha habido excelentes novelistas después de Gallegos. Uslar Pietri, el gigante (Guillermo) Meneses, (Miguel) Otero Silva, (Salvador) Garmendia, (Luis) Britto García, el totalizador de Abrapalabra, pero Gallegos sigue siendo insustituible. Mejor dicho, Gallegos sigue en su sitial. Un sitial que se ganó con tesón, claridad de objetivos, valentía y el poder inventivo y fabulador que nunca le fue mezquino”, sentencia.

T/ Carlos Ortiz
F/ Archivo