Guerras del pueblo de Néstor Rivero|Guerra y distribución de alimentos (Opinión)

En la Venezuela de los años 40 del siglo XX, y con la venia del entonces presidente Rómulo Betancourt, se establecieron en nuestras principales ciudades, sucursales de la cadena de supermercados CADA, de la familia Rockefeller.

Ello se dio en medio del salto en los niveles de oferta por los grupos importadores y distribuidores del país, que vieron crecer de modo inusitado sus beneficios, sin relación alguna con el esfuerzo por reinvertir y edifica una sana economía productiva endógena.

Y ello, en medio de la brusca transformación del régimen de poblamiento que tipifica la economía rentista en el mundo a partir de la Revolución Industrial.

Se trata de la ocupación del territorio que agrupa gigantescos tejidos de migrantes del campo, mano de obra desocupada y excluidos en torno a perímetros urbanos. He allí la base social sobre la cual se construyeron históricamente los monopolios y oligopolios criollos. Y con una diferencia sustantiva respecto a sus casas matrices en Nueva York, Londres o Berlín, y es que la acumulación de capitales no respondía a la venta de lo que dichos “empresarios” producen, sino de la reventa en el mercado interno de los artículos que traen del exterior.

Y allí radica una clave del modelo rentista, de servicio e importador, al que dicha casta mercantil atenazó toda posibilidad de crecimiento económico endógeno, castrándola.

Así, cualquier iniciativa de organizar proyectos productivos en cualquier época, demanda voluntad de abrir fábricas, invertir en conocimiento, en Investigación y Desarrollo, formar talento, ingenieros, expertos en diseño industrial e innovadores en áreas como la textil, metalurgia, petroquímica y agroalimento, entre otras; y ello luce como muy osado para los grupos de poder comercial que conciben a Venezuela como provincia colonial dentro del modelo hegemónico de relaciones de intercambio.

Así en el esquema de división internacional del trabajo, a la casta de importadores, banqueros y alto comercio del país, agrupado en las cámaras sectoriales de distribución de ferreteros, fármacos, alimentos y otros, le resulta contraproducente asumir el desarrollo de una economía productiva, por lo cual se encastillan en la posición de dominio del intermediario, que hace de polea revendedora, entre quien consume y da las divisas, la Nación venezolana, y quien fabrica en el exterior y vende a clientes coloniales lo que produce y coloca en el exterior.

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