Por Marcelo Barros|La Iglesia, foro de humanidad (Opinión)

En estos días, la Iglesia Católica entra en el 50º aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II (1965). Hasta el próximo año, en todo el mundo, diversos eventos van a recordar aquel encuentro de obispos que dio inicio a una profunda renovación de la Iglesia y la puso en diálogo con el mundo. El papa Francisco insiste: para ser fiel a lo que hoy el Espíritu dice a las Iglesias, las comunidades deben proseguir, con coraje y determinación, el diálogo con la humanidad. Así, juntos, cristianos de diversas Iglesias cristianas, creyentes de otras religiones y grupos no creyentes, podrán colaborar en la construcción de un mundo de paz, justicia y mayor comunión con la naturaleza.

Desde hace 50 años, el mundo vivió no solamente una época de cambios, sino un cambio profundo de época. En todo el mundo, la más grande parte de la humanidad pasó de una cultura rural agrícola a una realidad urbana y concentrada en las grandes ciudades.

Vivimos en una sociedad organizada a partir de permanentes transformaciones, tanto tecnológicas, como de innovaciones artísticas y culturales.

En ese contexto, la mayoría de las religiones sigue caracterizada como sociedad de tradiciones y con una inmensa dificultad en cambiar. Eso crea obstáculos inmensos para el diálogo de las instituciones

religiosas con la humanidad. Sin embargo, un proverbio medieval, citado por el papa Francisco, afirma: “La Iglesia debe permanentemente renovarse”.

Actualmente muchos cristianos desean un nuevo concilio pan-cristiano que pueda reunir pastores y fieles de diversas Iglesias y en diálogo con otras religiones.

Sería una especie de foro internacional, preparado desde las bases, por un proceso de diálogo y discusiones en las comunidades y diversos grupos espirituales.

El tema de una nueva civilización ecológicamente sostenible y fundamentada en la justicia y paz sería el horizonte desde lo cual cada grupo se mira y busca insertarse.

Ese proceso de discusiones puede ayudar mucho a las comunidades a pasar de una concepción de Iglesia centrada en si misma para un nuevo camino, inspirado en el Evangelio de Jesucristo que dijo: “Vine para que todos tengan vida y vida en abundancia”(Jn 10, 10).

Ya en 1971, un concilio de jóvenes, ocurrido en Taizé, Francia, proponía: “que las Iglesias cristianas se hagan una fraternidad de Iglesias locales, autónomas, pero unidas como si fueran una única Iglesia, misionaria y pascual. Que toda Iglesia se haga pobre y desposeída de los medios de poder para ser espacio de comunión amorosa para toda la humanidad”.

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