En los inicios de Aló Presidente, formamos parte de un grupo que fungía de asesor, consejero o algo así.
Nos reuníamos los jueves y le dejábamos una serie de sugerencias al conductor.
El domingo, el presidente Hugo Chávez empezaba a hablar, cogía vuelo y se olvidaba de guiones y asesorías.
No fuimos más a aquel círculo de asesores al considerar su existencia innecesaria.
El gancho de Aló Presidente era su frescura y espontaneidad, dos atributos periodísticos que la academia no enseña.