Wilfredo Bermúdez asegura haber visto el asesinato de dos rebeldes|Leales a CAP ajusticiaron a soldados y estudiantes en el módulo Canaima de Valencia el 4-F de 1992

Cuando el estudiante de Educación de la Universidad de Carabobo (UC) Juan Fernández escuchó los gritos de algunos de sus compañeros, eran casi las 11:00 am del 4 de febrero de 1992. El olor a pólvora mezclado con el hollín, emanado de las polvorientas y maltrechas calles del módulo Canaima del sur de Valencia, se le asemejaba a un efluvio de muerte, como lo recordaría décadas después.

Unas 10 horas antes, desde la guarnición de Valencia, el Fuerte Paramacay, Fernández envió un mensaje a todo el centro de la nación; se desempeñaba, entonces, como locutor comercial y educativo. Llamó al levantamiento popular contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP).

La noche anterior, el 3 de febrero, los actores castrenses de la insurrección habían controlado -bajo el mando del capitán Luis Valderrama- el Fuerte Paramacay, el aeropuerto Arturo Michelena y el Comando de la Guardia Nacional de la región. El dirigente de izquierda Saúl Ortega era el encargado de coordinar las faenas civiles de apoyo a la asonada.

Los rebeldes intervinieron la emisora La Voz de Carabobo a las 5:00 am. Desde allí, en directo, con su voz engolada y dicción pulcra, Fernández participó de nuevo la intención de la revolución: “Llegó la hora de unirnos contra el oprobioso gobierno asesino de CAP”.

Inmediatamente ocurrió lo mismo con la radio Mundial. En los dos procedimientos, los efectivos militares bolivarianos, fusil en mano, rodearon los estudios. Para el sargento del Fuerte Paramacay José Viloria y sus hombres -quienes portaban en los hombros brazaletes con la Bandera Venezolana – “las tomas no habían ocasionado complicaciones”.

Viloria resultó un enlace firme de los sectores militares con los civiles. De hecho, su discurso en las horas subsiguientes encendería “la moral y la decisión de decenas de estudiantes de la UC que querían cambios en la política nacional”.

“A esos muchachos les exponíamos que había que luchar por la patria, por rescatar la moral del país. Que éramos militares diferentes a los del 27 de febrero, y que íbamos a cambiar el curso de la historia del pueblo de Bolívar”, apuntó Viloria.

DISPUESTOS

De acuerdo con Fernández, dentro de la agrupación ucista surgió un cierto descontento, puesto que exigen armas a los marciales alzados. Los primeros rayos solares iluminaron la faz de los jóvenes que habían iniciado una asamblea a las puertas del Fuerte Paramacay.

Ante la negativa de los militares bolivarianos, que pedían de los alumnos universitarios solo tareas de agitación, estos se dispusieron ir hacia una armería en procura de apertrecharse por cuenta propia. No obstante, siempre quedó claro entre los civiles que las armas solo serían utilizadas en casos extremos, en aras de la defensa, tal como lo subrayan hoy Fernández y Viloria, entre otros que estuvieron allí.

El grupo se enrumbó a una tienda de relativa cercanía, ubicada en la avenida Bolívar de Valencia. Una de las presentes era la joven alumna de Educación de la UC, Columba Rivas. Formaba parte de las luchas de izquierda. Amante de la poesía, de la música con letras de contenido-como ella misma decía a sus conocidos – y, sobre todo, una admiradora de la Revolución Cubana.

Residía en Barrio Unión de Naguanagua, a pocas cuadras del arco de la UC cuyas bases y alrededores casi siempre albergaban protestas contra las medidas neoliberales de la época. Los encapuchados ahí lanzaban sus piedras contra la policía carabobeña, y no pocas veces contra la Guardia Nacional.

Ese 4 de febrero sus camaradas expresaron desacuerdo con que se armaran ella y varias mujeres más, cuenta Fernández.

En la armería, el montón se hizo de escopetas y morochas. Cuando la multitud apiñada tomaba lo acordado, se aproximaron al punto unos efectivos de la Policía Técnica Judicial (PTJ). Un castrense con brazalete tricolor, quien vigilaba afuera, vio a los funcionarios acercarse.

El ambiente se tornó tenso al percibir los gritos de los policías. Con las manos en alto, varios jóvenes y militares fueron a hablarles. Los rebeldes gozaban de superioridad en cantidad de gente. Aclararon que no eran delincuentes, por lo que aconsejaron a los petejotas desistir de cualquier arremetida. En pocas palabras, les hicieron saber que el levantamiento de los revolucionarios escapaba de la incumbencia de la PTJ. Los efectivos se retiraron.

La muchedumbre partió de allí a otra armería en Guaparo, debido a que la primera tienda carecía de municiones compatibles con el tipo de escopetas sustraídas. La armería de Guaparo abastecía de armas y municiones a la policía de Carabobo, al mando del gobernador Henrique Salas Römer, aclara Fernández.

Camino al establecimiento de Guaparo, Fernández recordó su despedida con su novia y familiares: “Me voy. Creo que no regresaré”, les había confesado a todos. Unas lágrimas escaparon de sus ojos, mas “todo estaba decidido”.

Los alumnos José Zerpa Miota (ingeniería eléctrica UC), Gilberto José Peña (Tecnológico de Valencia) y Ángel Alberto Ruiz (Educación de la UC) –quienes luego aparecerían asesinados en el módulo Canaima- eran parte de estos acontecimientos, precisó Fernández.

CONVICCIONES

“La idea que rondaba en la mayor parte de esa muchachada se inscribía en la independencia de Venezuela frente al Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y Fedecámaras”, señala.

El 3 de febrero en la tarde, Fernández recibió la noticia de la inminente insurgencia liderada por Hugo Chávez. “Esa misma noche casi 200 jóvenes atiborraron los pasillos de la UC, con cuantiosas ganas de participar en la insurrección. Casi todos, desde las aulas, rechazaban las políticas del FMI y el neoliberalismo en general”, subraya Fernández.

“A las 6:00 pm ya era un hecho la salida de militares de Maracay rumbo a la conquista del objetivo en Caracas. Mi familia guardó esa noche todos mis corotos, porque era una operación difícil. Pero representaba la oportunidad de concretar un sueño: Un país mejor. Ese ímpetu era propio de la época”, recalca.

Con 34 años, él figuraba ese 4 de febrero como uno de los civiles con mayor experiencia. “Yo había formado parte del equipo de Douglas Bravo. Creía en la idea de Bolívar. Y numerosos jóvenes sabían sobre un plan llamado Simón Bolívar, al punto de que durante la asamblea que se realizó frente al Paramacay en la mañana del 4, uno que otro declaró para la televisión los motivos de la rebelión y la necesidad de rescatar el sueño del Libertador”, resaltó.

HACIA EL MÓDULO

Casi a las 10:00 am salieron del Paramacay dos camiones militares rumbo al perímetro del barrio Canaima. La mayoría de los presentes decidió llegar allá. Pese a su desacuerdo, Fernández se unió a la caravana. Tras los vehículos oficiales partieron tres autobuses -dos de la UC y uno civil- colmados de universitarios. De último, dos camionetas tipo picó.

En las camionetas, en cuyas cabinas se hallaba una cantidad considerable de escopetas, iban el sargento Viloria, Fernández y un joven estudiante de Enfermería llamado Wilfredo Bermúdez, quien decidió unirse esa mañana a la revolución.

Los ocupantes de los buses “se encontraban desarmados, pues su intención estribaba en visitar la zona sur solo en tareas de agitación”. El conjunto marchó por el distribuidor de la redoma de Guaparo en pos del sitio convenido. En la redoma se hallaba un tanque de guerra de los aliados bolivarianos, observó Fernández.

A la altura del Colegio de Abogados (norte de Valencia), Fernández y Viloria advirtieron que en la misma vía, en sentido contrario, se devolvían unidades del Ejército (asociadas al la insurgencia), cuyos ocupantes hacían señas para que retrocediera la caravana. Los conductores de otro camión blindado que venían más atrás de esas unidades hicieron la misma indicación en las cercanías del distribuidor San Blas, en el centro de Valencia. Por ahí sobrevoló un F-16.

En la autopista, uno de los autobuses se salió de la marcha. Los otros dos se mantuvieron en la ruta. El conjunto bajó en el distribuidor de la avenida Las Ferias (sur valenciano), a las 10:15 am, según coinciden algunos de quienes ahí viajaron. Más adelante los vehículos del Ejército, en una cruzada brusca en una bocacalle, se toparon con el módulo Canaima.

BERMÚDEZ: VI CUANDO MATARON A ZERPA MIOTA Y A UN SOLDADO

Bermúdez contó su versión de lo ocurrido en esos angustiosos minutos: “Nosotros íbamos gritando consignas. Para que la gente entendiera que ese levantamiento era a favor del pueblo. Cuando llegamos al módulo Canaima -al que conozco muy bien porque presté servicio de vacunación allí como estudiante de Enfermería- recibimos una ráfaga de tiros”.

“Eso nos obligó a salir de las camionetas, a salir de los buses. La gente empezó a esconderse en las casas circunvecinas del sector. Quedamos atrapados tras un caucho de la camioneta del sargento Viloria y yo. Hubo unos compañeros que con tiros de escopetas nos cubrieron y logramos pasar de ahí a las casas de una esquina”.

“Pese a que dijimos que no queríamos enfrentarnos a ellos, la gente de la Disip nos respondió con ráfagas de tiros. Allí cayó herido el soldado José Depablos, que estaba a favor del levantamiento. Incluso, en una foto (del fotógrafo Cesar Pérez) aparece él con la mano en alto en señal de que se encontraba vivo. El disip Mario Rocco lo asesinó. Yo estaba cerca”, afirmó.

Bermúdez agregó que acudió al sitio una tanqueta de la Guardia Nacional. “A fuerza de tiros, bombas lacrimógenas controlan el perímetro. Todos quienes estábamos en las casas salimos con las manos en alto, y, por supuesto, sin armamento. Un fotógrafo de nombre Cesar Pérez gritó que era periodista y con él empezó a salir la gente desarmada. De esa manera fue que salimos en fila india”.

“Cuando estábamos boca abajo acostados en el piso, detenidos, llegó el disip Mario Rocco, vestido de civil, con franela blanca. Él tenía un arma larga. Rocco levantó a José Zerpa Miota que estaba de primero. Lo arrodilló y le disparó por la espalda. Recuerdo que Rocco golpeó al segundo que estaba ahí, y a mí me hirió con la culata de arma larga. Rocco gritó: ‘¡vamos a matarlos a todos porque fueron suspendidas las garantías!’”.

Bermúdez añade que, de acuerdo con las declaraciones recabadas en las investigaciones, Gilberto José Peña y Ángel Alberto Ruiz también “murieron a manos de Rocco. Él fue verdugo allí. No mató a más gente porque llegó un helicóptero con un oficial de la Guardia Nacional y puso orden”.

A juicio del abogado que lleva la causa de los asesinatos, José Amado Rodríguez, Columba Rivas presuntamente fue asesinada con un tiro de gracia dentro de un autobús en la vía a Tocuyito. Según el parte del gobernador Henrique Salas Römer hubo un total de 8 muertos (entre ellos dos policías) y 12 heridos de ambos bandos (leales a CAP y bolivarianos civiles y militares).

Muchos de los jóvenes alzados pasaron varios días en el cuartel de la policía de Carabobo. Fernández solo escuchó los gritos de los asesinados en el módulo Canaima. Logró escapar y pasar a la clandestinidad. Viloria salió de la zona porque fue rescatado por un camión militar. Él tampoco presenció los ajusticiamientos. Estuvo preso en el regimiento de policía militar. Bermúdez, entre tanto, iría al Cuartel San Carlos junto a otros rebeldes.

A 23 años de los hechos, Bermúdez –quien asegura haber sido testigo presencial- espera que con la Comisión de la Verdad se llegue a los responsables “de este hecho que enlutó tanto a los familiares de los muchachos como al resto del país”. Hoy es luchador social que lleva un proyecto para la implantación de terapias complementarias de etnobotánica y etnomedicina.

T/ Luis Tovías Baciao
F/ Cortesía

en las universidades siempre hay mansos y cimarrones, por eso hay que hacer urgentemente una cirugia social y extraer con una pinza bien fina todo lo que huela a infiltracion, agentes entrenados y pagados por las archifamosas ong, usaid, cia. clerigalla y todo tipo de especimenes que chupandose los fondos que deberian ir hacia los pobres y sectores que aun estan carentes de muchas cosas,ensayar como se desarticula las asonadas de nuevo tipo, si es posible colocar los nuevos dispositivos o GPS en lugares en donde se esconden los oligarcas y sus secuses para soltarle en el menor asomo de vilolencia una andanada de misilasos, monitorear a los infiltrados en la GNB en los medios de comunicacion o de propaganda de la derecha, pa romperla desde que suene el primer tiro, recordad RODILLA EN TIERRA Y QUITEN EL CERROJO

  • Recomiendo que revisen los archivos de una entrevista que hizo Venevisión a Blanca de Pérez y su hija en la cual la hija de CAP se le va el yoyo y habla del fusilamiento de un oficial rendido. Ella se da cuenta que se le fue la lengua porque la madre la calla. No recuerdo el periodista que la entrevistó, pero es bueno que lo revisen

  • C/1ro. Roman Azocar IV division de infanteria, nuestra mision era de apoderarnos del parque, lamentablemente no pudimos cumplir la mision, el 27 de noviembre de 1992