Por Isabel Delgado Arria|Misóginos y cobardes (Opinión)

Desde la antigüedad occidental las mujeres hemos sido vistas y tratadas con desprecio y recelo. Desde 350 años antes de Cristo, Aristóteles sostenía que las mujeres existíamos pero como “una deformidad de la naturaleza” o como una suerte de “hombres imperfectos”. El valor de los hombres radicaba en mandar, el de las mujeres obedecer y en subordinarnos grácilmente a los hombres.

El cristianismo originario no fue precisamente muy avanzado en el tema. Tertuliano, uno de los padres de la Iglesia Católica pensaba que las mujeres éramos “la entrada al reino del diablo”.

Hitler resolvió que las mujeres alemanas habían sido predestinadas exclusivamente para parir y criar a los crías de la raza aria. Y por tanto las alemanas debían aceptar sumisamente quedar al margen de la guerra, la empresa y la política.

En este siglo XXI al grueso de las mujeres occidentales nos hicieron interiorizar un papel al centro del deseo dominante de la atención pulsión masculina patriarcal. Las mujeres hemos sido objetivadas por “la industria de la belleza”, hasta imponernos el rebajamiento y auto-desprecio de abjurar de nuestra lindeza diversa y particular sensualidad.

Nos cambiaron el asfixiante corsé por senos de silicona, extracción de costillas, liposucción, rinoplastias, abdominoplastia, anorexia y bulimia como signos de belleza, prestigio y femineidad. El mercado consumista, «mercader por excelencia de falsas necesidades», nos impone esclavizarnos a un nuevo mercado hipercapitalista. Prohibido a las mujeres hacer políticas públicas… mucho menos las leyes que rijan nuestros destinos.

Un ministro adeco declaró a la prensa que a las venezolanas nos encantaba ser secuestradas. En la IV República era aplaudido que las esposas de los primeros mandatarios aceptaran ocupar papeles meramente decorativos.

El machismo-misógino-fascista hoy nos permite ejercer la política pero solo de forma subalterna o excepcional. Para llegar a defender una causa justa la mujer debe crecer hasta el límite de lo sobrehumano, debe trabajar mil veces más que los hombres, poseer el pulso y la fuerza de «Odín, Dios omnipotente de la mitología nórdica». Y, por supuesto, no se nos perdona descuidar las faenas domésticas, de educación y cuidado de los niños.

Era de esperar la reciente embestida por parte del patriarcado misógino opositor a la justísima moción de paridad de género en las postulaciones para el ejercicio parlamentario.

El capitalismo y el imperialismo son genéticamente racistas y machistas. Ambos nacen y se reproducen en el caldo de cultivo de la opresión y la explotación. Ante el ataque machista-pro-imperialista contra Tibisay Lucena solo cabe contestar: Tibisay tuvo la valentía de enfrentarse a la dictadura del machismo y vencerla en una batalla histórica. Logró la igualdad de participación parlamentaria entre géneros femenino y masculino. Tibisay coronó una victoria en pro de una Matria con mirada de mujer, un paso trascendental en favor de las históricamente violentadas, explotadas y excluidas.

La guerra económica librada por el gran capital transaccional y la burguesía interna se ha ensañado contra nosotras las mujeres y madres. Nuestra única respuesta efectiva a tanta violencia, borramiento y misoginia es alcanzar mayor visibilidad política.

Venezuela tiene derecho a leyes con pensar, soñar, mirar y sentir de mujer.

Eduardo Galeano nos muestra la médula de la violencia machista: «…Porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”… Muéstrame un capitalista y te enseño un chupasangre, decía Malcolm X. ¡Muéstrennos un misógino y les mostraremos un cobarde!, decimos hoy todas las mujeres venezolanas junto a Tibisay.

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