Por Ana Cristina Bracho|Mitos de paz (Opinión)

Las Organización de Naciones Unidas (ONU) en noviembre dedicó un día para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados como reconocimiento de que la guerra hiere tanto como afuera; que los animales y plantas son sometidos hasta morir por rivalidades de una especie que no les consulta sus problemas. Fuera de otras iniciativas que tiene la ONU la presente invierte los factores, pues alerta la consecuencia sin señalar el problema: lo inaceptable no es que la guerra dañe sino que la guerra sea.

La guerra es un simple tema de agenda que cuando a alguno se le ocurre tiene lugar y que está en sienes cuando el mundo de nuevo tiene que resistir la pretensión de Estados Unidos de que Rusia sea un alumno callado y obediente. Esta pretensión nos arropa y destruye. En cualquier esquina del globo se sienten las puñaladas del decrépito gigante americano en contra de la economía y la política. El resto del mundo se ha convertido en periferia o daño colateral.

La guerra, dice la ONU, ocasiona que los pozos de agua sean contaminados, los cultivos quemados, los bosques talados, los suelos envenenados y los animales sacrificados para obtener una ventaja militar. Sin embargo, esta es en sí misma el ecosistema de la riqueza y de las armas donde algunos discursos cuentan que son justificadas. Así, matar para combatir la droga no solo es bueno sino necesario, y, podemos equivocarnos –si somos la potencia- cuando apoyamos a alguien para que mate a otro, pues lo solucionamos tan solo enviando a matar a quien le habíamos encomendado la tarea.

En este contexto, el pacifismo nace como una propuesta que vende accesorios y textiles. Con ellos se dirige, como a control remoto, la gente para que rechace categorías prefabricadas de la maldad. Ese análisis caricaturiza todo, la política crea la guerra y en la guerra hay buenos y malos. Así también en la política.

En ese sistema, la política, como diría José Ignacio Cabrujas es el sitio donde “todos sacan alguito” y si no lo hacen es porque llevan por dentro un pendejo inexcusable. Pero no hay nada mas peligroso para la paz que la apolítica. La política es la fuerza de tener una palabra para cambiar y es el motor que evita la guerra. Lo político, en su micro o en su macro escala, es espacio para construir, equivocarse y corregir. Es la elección de venir al mundo a hacer “alguito”.

Por ello, cuando a los pueblos, por la publicidad y la prensa se le convence que no crean en la política le desdibujan las causas para luchar mientras se levantan matrices que pretenden que “de izquierdas o de derechas”, “de Monarquía o República”, “de Estado a Colonia” todo es y será exactamente igual.

Sin embargo, quien se deja convencer así de que la política es un mundo gris con tropezones olvida que siempre es mejor discutir que convencer al dormido.

@anicrisbracho