Ya llegó diciembre, señoras y señores –porque en nuestro país la Navidad dura dos meses–. Las vitrinas se decoran con nieve de mentira, terrenos baldíos en todas nuestras ciudades exhiben arbolitos canadienses a un costo de 10, 15 y 20 mil bolívares “fáchil”, y yo me pregunto: ¿para eso nos pagaron los aguinaldos?
“Gastar y aparentar, aparentar y gastar”, deberían decir los coros de las gaitas. No más revisemos esa palabra tan horrible: “el estreno” ¿Eso es la Navidad para nosotros?
Estrenamos el 24 y el 31 porque el que repite ropa es un limpio, guácala. O como si en el resto del año no estrenáramos nunca una franelita linda, unos zapatos, comprados por su valor de uso, y no para que el vecino vea que tenemos ropa nueva.
Televisión, prensa y radio dedican más tiempo a la publicidad, le meten a nuestros niños imágenes de juguetes estupidizantes por los ojos para que se lo pidan a “santa”, porque el Niño Jesús y el pesebre son costumbre de pueblito, de abuelita, y ya sabe el niño Dios que esas cosas no son nada comerciales.
Entrando la navidad nos gastamos los churupos de forma compulsiva en regalitos, y luego, cuando estamos pelando otra vez, los mismos medios de comunicación nos atacan pero por otro flanco: malas noticias, titulares pesimistas, falsos recuerdos de “cuando éramos felices y no lo sabíamos” (habitualmente recuerdos sesgados cuartorrepublicanos), la inflación, la inseguridad, los oscuros pronósticos, son parte de nuestro plato navideño. Al hablar de la hallaca no nos dicen lo sabrosa que es, sino lo cara.
En esta navidad capitalista, en lugar de dar abrazos, provoca repartir cachetaditas.