No importa cómo se llame

DE TROVA Y PROSA

POR: FREDDY FERNÁNDEZ

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Diría que se llamaba Eduardo y tenía por apellido Rozsa. Lo vi cuando éramos todavía adolescentes y noté que tenía hambre y sed, pero no de pan ni de justicia. De alguna manera se sabía elegido para algo grande y así intentaba proyectarlo. Claro, los demás no hacíamos otra cosa que confundirlo para reírnos con él, de él mismo.

Después no supe más por muchos años, pero siempre recordaba a este tipo nacido en Bolivia, de madre catalana y padre húngaro, con apellido de flor pronunciado en ese idioma que nos resulta prácticamente inalcanzable.

Fue en el 2009 cuando vi su nombre en todos los periódicos del mundo. Lo reconocí de inmediato y traté de enterarme de cómo había llegado hasta el hotel Las Américas, en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.

Corroboré que la sed y el hambre que le adiviné, era cierta. Parece haber buscado por todas partes su momento de brillo. No escatimó creencia o ideología que le permitiera lograrlo. Fue militante de izquierda, fanático judío, miembro del Opus Dei y converso al Islam.

Quizá haya creído que la guerra en Yugoslavia le había otorgado la relevancia que se había reservado para sí mismo. Escribió, dirigió y protagonizó varias películas autobiográficas en las que se exalta a sí mismo.

En la Internet se le puede ver en su rol de experto de la guerra. Allí explica cómo ganar y se ufana de haber dado muerte a un periodista al que consideró un infiltrado.

Seguro que anhelaba más brillo, que su sed y su hambre le exigían hacer mucho más.

En el intento de dividir a Bolivia, en el proyecto aquél de la media luna, creyó encontrar su oportunidad. Hasta allá llevó la exaltación de sí mismo como aval para ofrecer su victoria a los complotados en el proyecto separatista. En una entrevista en Hungría había dicho que tenía un plan de defensa de Santa Cruz, en contra de cercos de campesinos e indígenas.

El trazo de excesos y drogas abrió la brecha que permitió a las fuerzas policiales bolivianas descubrir, cercar y destruir la célula terrorista que Eduardo Rozsa había montado. Lo encontraron apertrechado con armas de guerra y explosivos.

Cierto eco noto ahora en El Junquito. Un ego desproporcionado se disponía a imponer con balas su concepto de libertad. Ya había dejado su sello de metralla y esquirlas en la sede del TSJ.

Si tuviera dudas, las borra la defensa de Uribe Vélez, el mimo que ordenó bombardear un campamento, mientras dormían sus ocupantes, en un país extranjero.