Por Ana Cristina Bracho|La noción de justicia (Opinión)

Muchos temas ha recorrido la Revolución con una sola bandera, aquella de hacer de este país un lugar más justo. Uno bajo la quimera republicana de igualdad y bajo la aterrizada idea de materializar el acceso a los bienes y servicios indispensables para vivir.

Justicia es que existan escuelas, que los hospitales sigan siendo espacios públicos y que siga habiendo pan en la mesa. Justicia es que los grandes y pequeños no sean tomados como iguales en situaciones donde uno sufre y el otro tan solo se irrita. Así las cosas vemos que el avance de la Revolución despierta los odios ancestrales de quienes niegan que las personas tienen exactamente los mismos derechos.

Odios ancestrales que son un cúmulo de asuntos que han sabido mutar para sobrevivir. Hablo de la primacía del racismo que lleva a que la Policía detenga las pequeñas motos conducidas por morenos y deje pasar al rubio en el carro nuevo; de aquél infame titular que llamaba “saqueadora” a una señora que compraba; de la afirmación de algunos señores que cada seis meses, por ejemplo, pueden quemar todas las ciudades. Son aquellos los odios que sembró una colonización que nos deshumanizó y llamó a rescatar la patria importando extranjeros.

Estos temas chillan cada vez que la justicia dice presente en la gente despierta.

Esta semana debimos valorar especialmente el asesinato de Salvador Allende y la dictadura de Augusto Pinochet, ¿cuál otro crimen cometió Allende sino mostrarle a Chile que la justicia podía ser la cotidianidad? ¡Que osadía hablar de un país donde los obreros trabajan y su tiempo se vuelve leche para las escuelas y comida para la casa! La derecha sabe que ante estas aberraciones debe proceder y recordarle a las clases obreras dar las gracias por el maltrato del patrón, del policía y del banco.

Despiertas como quedó en Venezuela la certeza de que el pueblo es el único capaz de su propia salvación, seguimos teniendo choques cuando intentamos traducir el ideal revolucionario a la acción pesada y oscura de la Administración Pública.

¿Puede la gente que se convenció que trabajar para el Estado era dejar de ser pueblo, tratar al pueblo con respeto? ¿Existe alguna manera en la cual sobrevivir a la burocratización de las firmas y las esperas? ¿Son las Misiones sociales años después, nuevas instituciones o las mismas con nóminas más nuevas?

Nuestros problemas, ni tan nuevos ni tan exclusivos, los compartimos con otros países que han intentado romper las cadenas por las cuales de Colonias tan solo nos autorizaron a ser un “Tercer Mundo de Repúblicas bananeras” y se enfrentan al mal mundial de la banalización y el individualismo. ¿Será finalmente este septiembre cuando comencemos a hablar de hacer de la educación la herramienta para liberarnos y hacer irreversible la justicia social en Venezuela?

@anicrisbracho