Por Freddy J. Melo|Por sobre tropiezos (Opinión)

La lucha de la mayoría bigenérica de quienes hoy respondemos al gentilicio de venezolano tiene la marca de la persistencia, y en su curso ha erigido, como exigencia de responsabilidad y compromiso, pináculos de gloria.

La estirpe originaria, con 15 milenios largos de forja de coraje, sembró desde el inicio la semilla de la resistencia al poder extranjero avasallador.

Los imperios no dominaron nunca en paz, y los heroicos e incesantes combates culminaron hacia fines del siglo XX con la crisis paridora de la Revolución Bolivariana y el liderazgo de Hugo Chávez Frías.

Ese parto abrió las compuertas de la participación protagónica del pueblo en pro del rescate del poder que sus enemigos le usurparon, y señaló la meta concatenada de la liberación nacional y del rumbo socialista, como condición para concretar aquella y materializar el desiderátum de la mayor suma de felicidad posible, sobre la base de la extinción de la explotación de humanos por humanos.

El empoderamiento popular avanza por sobre tropiezos y en zigzags, pero ya nada podrá detenerlo. La oligarquía, que sólo tuvo capacidad creadora cuando de su seno salieron héroes, hoy muestra su caducidad con la pobreza interior que la caracteriza, y el imperialismo, en el cual cifra su apetito de sobrevivencia, no las tiene todas consigo. El ciclo crítico que este atraviesa es prolongado y con ligazón estructural, y razonablemente no se avizora solución.

El “gran satán”, bautizo iraní, ha perdido sus coartadas de libertad y democracia y ahora está desnudo, y su influencia política y social, como la piel de zapa de Balzac, se reduce a la vista de los pueblos.

El nuestro tiene abiertas sus “grandes alamedas”.

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