Por Ana Cristina Bracho|Productores de mitos (Opinión)

Permítanme ser incisiva. Hay una pregunta que me recorre y no me ofrece opciones evidentes. ¿Qué es la producción nacional? ¿De qué se alimenta? ¿A quién alimenta?

Pongamos que hablamos de Valencia o de Turmero, de Charallave o de San Francisco. Allí, el viento se vuelve humeante, allí se aglutinan casas de concreto y metal. Pongamos ahora que deslizamos el dedo por un anaquel cualquiera y con él rozamos los productos que nos ofertan.

Un buen número de ellos trae sus cuñas, comerciales o culturales: “Nada más criollo que el café», «el cacao fruto de la Colonia» o «más venezolano que una arepa». ¿Pero es esto cierto en el presente?

Fábrica adentro, el papelito que cubre es extranjero, también la tinta y la máquina que lo mezcla, el capital que lo patenta y el carrito que lo mueve. Nacional parece ser el esfuerzo que lo suda y no el odio de quien lo esconde.

En ello, nuestra situación presente recuerda situaciones de la Argentina o del Chile predictatoriales, narradas para el siempre después por historiadores, poetas y políticos.

Algunas cosas se ponen más claras en Navidad.

Maíz y trigo, hermanos de la mesa nos cuentan esa historia. El trigo es un producto que se daba bien en Venezuela pero que se importó porque así funcionaba mejor para la economía que nos colonizaba.

Mientras, el maíz se quedó en América pero reducido a comida de esclavos y de bestias. Su nobleza de comida de los que nada tenían se reivindica en la mesa decembrina al hacerse hallaca.

Sin embargo, años atrás, más de 40, nos cuentan como ese noble aliado fue cambiado por manos impúdicas que lo pulverizaron quitándole la textura, el color y la resistencia.

Luego se importó el maíz, sus derivados y las maquinas que le cambiaron su cara de pueblo. Entonces, la producción nacional resulta más que apuesta porProductores de mitos lo propio, una extensión del mercado especulativo de la moneda.

Allí que el Bolívar, nuestra moneda nacional de nombre propio y digno sufre los odios que el Libertador sufrió de la oligarquía entreguista que prefiere cotizar en cualquier divisa que les quite ese ruidito incómodo que genera decirse venezolano.

Ante esto las opciones parecen despertar sobre los mitos aquello que tanto nos ha sido ocultado.