Mejoró el estatus del oso frontino y empeoró el de los sapos|Provita pondrá en la calle este año la edición actualizada del Libro Rojo de la Fauna

¿Cuántos jaguares quedan en Venezuela? Quienes sueñan con los tigres de Bengala y su hermoso color naranja probablemente no saben que en su país también hay tigres de piel manchada, que -según la información disponible- casi habrían desaparecido de la zona del norte del río Orinoco, pero todavía resisten en el sur. De estas y otras cosas se ocupa Provita, con uno de sus proyectos bandera: los libros rojos, iniciativa promovida por la Unión Internacional de la Conservación de la Naturaleza (UICN), órgano consultivo de Naciones Unidas.

Un libro rojo, bien lo dice su nombre, es una señal de alerta. En el caso de Provita, organización dedicada a la defensa de la naturaleza, el Libro Rojo de la Fauna se convirtió no solo en la voz de quienes no tienen cómo argumentar a favor de su defensa (los animales) ante la destrucción de su casa y de su comida, sino en una referencia nacional e internacional de los riesgos que atraviesan las especies venezolanas.

“Desde que comenzó Provita le dimos mucho interés a conocer el estatus de las cosas, y una de las primeras era saber qué pasa con nuestra fauna, qué pasa con nuestra flora”, relata Franklin Rojas-Suárez, director ejecutivo de la ONG, en conversación con el Correo del Orinoco. El primer Libro Rojo de la Fauna vio la luz en 1995; ya tiene tres ediciones y la cuarta “sale a finales de año”, en formato digital.

La primera edición del Libro Rojo de la Flora es del año 2003, y para 2015 se espera la segunda.

Jon Paul Rodríguez, presidente de Provita, asumió el reto de, con un enfoque más global, elaborar el Libro Rojo de los Ecosistemas Terrestres de Venezuela, con el apoyo de Rojas-Suárez y de Diego Giraldo Hernández, y el patrocinio de Shell y Lenovo.

“Nos tomó siete años producir las categorías, cuatro años finalizarlo y tres más que la UICN lo adoptara como estándar global”, relata. Rodríguez y Rojas-Suárez están muy orgullosos porque la semillita de lo que hoy se hace a escala mundial nació en Venezuela, con un método estandarizado y aplicable en cualquier lugar. “Nosotros siempre decimos que es uno de esos pocos ejemplos de transferencia Sur-Norte”, refieren.

“Durante el Congreso Mundial de Conservación del año 2000 celebrado en Jordania, el siempre amigo y Directivo de Provita, Armando Hernández, nos preguntaba a Jon Paul y a mí, porqué no desarrollábamos un libro rojo de los ambientes venezolanos, como una consecuencia natural de los libros rojos de fauna y flora. A medida que las ideas fueron emergiendo, la propuesta se hizo cada vez más concreta y su pertinencia más evidente”, expone Rojas-Suárez en el prólogo del libro.

Con esta exhortación concluye la presentación: “Esperamos que este nuevo Libro Rojo logre movilizar a los tomadores de decisiones, hacia la necesidad urgente de implementar medidas efectivas de conservación. Deseamos que sirva de inspiración para impulsar a la empresa privada a asumir su responsabilidad con el ambiente de donde obtienen sus recursos. Que estimule a los investigadores a continuar generando los datos necesarios para garantizar que las acciones estén basadas en ciencia. Y muy especialmente, que contribuya a despertar la conciencia de cada uno de los venezolanos, para que hagan de la conservación de la naturaleza una actividad habitual y espontánea”.

METODOLOGÍA VENEZOLANA PARA EL MUNDO

Tal vez Provita no ha “cacareado” lo suficiente su logro en los medios de comunicación. Pero la realidad es que ahora asesora y garantiza el apoyo científico y técnico para proyectos del Libro Rojo de Ecosistema en otros países. “Estamos haciendo un análisis en toda América”, señalan, y además trabajan directamente con Costa Rica, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Bolivia, Uruguay y Brasil. “Estuvimos hace unas semanas asesorando el equipo del Libro Rojo de la Unión Europea que está naciendo en este momento, sobre sus ecosistemas”.

Tal como lo evalúa Rodríguez, en la actualidad hay información, pero “no existía un sistema formal de cómo utilizar esa información, y eso es lo que nosotros ofrecemos. Y la diferencia que tienen ecosistemas con especies es que no solamente vemos el cambio en la extensión del ecosistema, sino también el cambio en la calidad”. Ejemplo de ello es lo que ambos investigadores definen como el síndrome del bosque sin depredadores, que es el bosque muy bien conservado, pero sin fauna. “Es muy común en muchas partes del mundo”, sentencian.

Con base en esta metodología, en Venezuela habría 20 macroecosistemas. ¿Cuáles son los más amenazados? “Los bosques secos”, como los ubicados en la zona norte del país, explica Rojas-Suárez, “porque es el mejor sitio para vivir desde el punto de vista humano. Son suelos más fértiles que los bosques más húmedos”. En toda la cuenca del Caribe son los bosques deciduos los lugares preferidos para la ocupación humana, y por ello son los que más riesgos corren.

Los ecosistemas menos amenazados, coinciden los científicos, son los de bosques que se encuentran al sur del país y los de manglares en el Delta del Orinoco. También, los bosques húmeros de montaña, que en Venezuela “están relativamente bien” porque el país hizo un esfuerzo, en las últimas décadas, con la creación de las Áreas Bajo Régimen de Administración Especial (Abrae).

Los diagnósticos deben llevar a soluciones. “Nosotros no solamente medimos el riesgo, sino la proporción del territorio incluida en áreas protegidas”, puntualiza Rodríguez. Los bosques secos, aunque parezca paradójico, son “los más amenazados y los menos protegidos, porque son de más competencia humana”. También, las sabanas, arrasadas en el pasado por algunas prácticas agrícolas -como lo constató el científico en el estado Cojedes- como arrastrar cadenas con tractores para eliminar la vegetación original.

Con base en los resultados del análisis de ecosistemas venezolanos, Provita propone que cada uno tenga un porcentaje representado en el sistema de áreas protegidas; es decir, “tratar de completar esa representatividad ecosistémica” con la creación de Abrae de bosques deciduos (que pierden su follaje en un momento del año) y zonas áridas.

Otro paso debería ser ampliar el espectro de trabajo. “Nosotros trabajamos en ecosistemas terrestres”, pero se requieren estudios en ecosistemas de agua dulce, marinos y en cavernas, donde hay especies únicas en el mundo que “son muy vulnerables”. Rojas-Suárez hace alusión a los cambios en las especies de peces más solicitadas en el país como fuente de proteínas, y acota que todo indica que se explotan algunas especies hasta agotarlas y luego se pasa a otras.

ROJOS Y MENOS ROJOS

Entre la primera y la tercera edición del Libro Rojo de la Fauna han cambiado algunas cosas. “Hay buenos ejemplos a los que nunca se les da publicidad”, destaca. “El oso frontino era, probablemente, una de las preocupaciones más grandes que teníamos, y está dando muestras de recuperación en gran parte gracias a ese sistema de áreas protegidas continuas que se ha desarrollado”. Cita también el de la tortuga arrau, protegida por un programa de conservación que lleva adelante el Ministerio del Poder Popular para el Ambiente en el río Orinoco; y el de la cotorra margariteña, a la que Provita ha dedicado buena parte de sus desvelos.

“Otra cosa que es divertida de los libros rojos es que, cuando nosotros hicimos la primera edición, mucha gente nos criticaba y decía que estábamos incluyendo especies que no estaban amenazadas realmente”, relata. “Nosotros dijimos: ‘bueno, si la información está mal, mejórenla, búsquenla, expándanla’; lo hicieron y lo que lograron fue demostrar que tenían razón”. Es el caso de peces endémicos de las cuencas de los ríos Guaire y Tuy, que “siguen amenazados pero no es tan crítico como pensábamos”.

Pero también hay malas noticias. “Se ha encontrado que la cosa ha ido empeorando con los peces de agua dulce y que está aumentando el nivel de especies amenazadas”, asevera. Los anfibios tampoco las tienen todas consigo. “Los anfibios vienen con un problema global y en Venezuela siguen investigando” y “mientras más investigan más claro es el problema”, sostiene. Están muy afectados por enfermedades, cambio climático y destrucción de ambientes. El de los anfibios es “el grupo que más ha empeorado en los últimos años”, apunta Rojas-Suárez, pero el que “está en peor estado es el de los mamíferos de agua dulce”.

De acuerdo con Provita, la especie más amenazada en el país es la de los sapitos atelopus.

-¿Y la menos amenazada?

-Miles.

-Es decir, hay otras que están bien.

-Hay muchas, muchas especies que no están amenazadas. Incluso algunas están en expansión, porque algunas de las prácticas humanas hace que algunas especies aumenten su población.

El investigador narra el caso del chicagüire, un pariente de los patos que reside en el Sur del Lago de Maracaibo. Al crear zonas de pantano y de sabana “este animal se benefició, porque él es de zona de sabana pantanosa”. Rodríguez calcula que 5% de las especies evaluadas están amenazadas.

EL SUR EXISTE, Y MEJOR

El jaguar, considera Rojas-Suárez, es un buen ejemplo de lo que sucede en el país en cuanto a la fauna y los ecosistemas.

“Él te define claramente que tenemos dos países desde el punto de vista de amenaza: el norte del Orinoco y el sur del Orinoco. Al norte del Orinoco están casi todas las poblaciones grandes, todas las grandes ciudades, los más importantes desarrollos, las zonas industriales”, y resulta obvio que la fauna se ha visto afectada, sentencia. Mas al pasar al sur del Orinoco muchas especies que en el norte están en peligro o casi desaparecidas “las encuestas todavía en poblaciones saludables porque hay ecosistemas continuos y en buen estado de conservación”.

El jaguar, al norte del Orinoco, se encontraría en peligro crítico, pero en el sur estaría fuera de peligro. Su calificación en el Libro Rojo es “vulnerable”. Justamente pensando en este precioso felino se ha programado un simposio en Caracas, en octubre próximo, sobre la situación del Hato Piñero, “con la idea de proponer algún tipo de figura de conservación más estable”, tal como una reserva de biosfera o un área protegida, ya que en el lugar se encuentra “la población de jaguar al norte del Orinoco más importante” del país, asegura Rodríguez.

El águila arpía comparte problemas con el jaguar. “Al norte está prácticamente extinta en 80% de la distribución”, y en el sur del país se encuentra en mejores condiciones. También el cachicamo gigante y el perro de monte: casi desaparecidos al norte del Orinoco, todavía batallando en el sur.

“Esto no significa que al sur no hay que prestarle atención”, precisa Rojas-Suárez, quien insiste en que lo mejor es evitar los daños. “Uno de los proyectos de áreas protegidas para el sur es el Parque Nacional Parawatá, en La Paragua”, donde se origina buena parte del agua dulce que se consume en Venezuela. “El Gobierno Bolivariano tuvo la decisión, dura, de sacar toda la minería de allí”, reivindica.

La diferencia entre el norte y el sur de Venezuela, ratifica Jon Paul Rodríguez, es que “la conservación en el norte es de urgencia, de rescatar lo que queda, pero la conservación en el sur es una conservación de prevención, para de evitar que aumente el riesgo. Las dos son importantes”.

FLORA, PRESENTE

El Libro Rojo de la Flora es un esfuerzo de la Fundación Instituto Botánico de Venezuela Tobías Lasser, respaldado por Provita. “Es importantísimo apoyar al Instituto Botánico en esta investigación que es vital, porque realmente hay muchas especies allí que ameritan conservación”, expresa Rodríguez.

Ambos investigadores están conscientes de que la gente se identifica más con la fauna, pero insisten en el valor de la flora y de especies únicas. Resaltan, por ejemplo, el caso de la orquídea de Navidad, “que solo existe en la Colonia Tovar y está hiperamenazada”, o del Nogal de Caracas, que se consideraba extinto y se ha logrado recuperar con un programa del despacho de Ambiente. “Nuestros botánicos trabajan con las uñas, pero hacen un buen trabajo. Una de las banderas más importantes de los botánicos es lograr el área protegida del Cerro La Chapa”, en Yaracuy, catalogado como “un centro muy importante de vegetación” por la existencia de especies endémicas.

AMÉRICA ENTERA

El Libro Rojo de los Ecosistemas de América, tras cuatro años de trabajo, debe estar listo este año o a mediados del que viene, y ofrecerá el análisis de unos 600 ubicados entre Alaska y la Patagonia, de extremo a extremo. El trabajo venezolano “lo usamos como plataforma” y fue “el ejemplo que usamos para demostrar que se podía hacer”, señala Rodríguez.

Este proyecto es patrocinado por la Fundación Moore, también con fondos de la UICN Holanda y de la Fundación Mava, entre otras organizaciones. “Una cosa que nosotros hicimos” para los libros rojos nacionales fue “sentarnos con los políticos” a fin de explicarles el por qué del proyecto y para qué les serviría. “Empezamos al revés, porque típicamente lo que hacemos los científicos es que elaboramos nuestros análisis, los pasamos a un folleto bonito, se los damos y les decimos que hagan algo”, expone, y en este caso se hizo lo contrario. “Nosotros aspiramos a que esos libros se empiecen a usar de manera explícita; tenemos muchísimo interés en que, por ejemplo, empresas mineras, empresas forestales que quieren saber dónde no tocar” y cómo compensar.

Un ecosistema “no se extingue”, sostienen los investigadores, porque es la suma de muchas partes. Las categorías empleadas son en colapso, en peligro crítico, en peligro vulnerable, casi amenazado, preocupación menor, deficiente información y no evaluado. Se determina “la velocidad a la cual está disminuyendo”, con base en cuánto ocupaba antes y cuánto ocupa ahora. También, agrega Rodríguez, la extensión y la calidad de la condición en la que se encuentra el ecosistema (como la contaminación del agua, si hay o no depredadores). Es un diagnóstico de la vida del continente para poder resguardarla a tiempo.

HACER MARAVILLAS CON MATERIAL DE DESECHO

Con el programa Biogente, Provita busca que la población se incorpore a la conservación ambiental, y que deje de ver la preservación de su entorno como un ámbito solo para los científicos. “Trabajamos para demostrar que hay formas alternativas de lograr el desarrollo de las comunidades sin afectar a la naturaleza”, asevera Franklin Rojas-Suárez, director de Provita.

Toma el ejemplo de uno de los programas emblemáticos de la organización, el de la cotorra margariteña, con el que confirmó a las y los habitantes de la zona que es mejor observar la cotorra que vender los pichones.

Provita desarrolla varios programas en Caracas en esta dirección. Uno de ellos es el reciclaje, no solo para la separación de materiales (quizá una de las aristas más difundida) sino para que la colectividad vea “que los residuos son una oportunidad de negocio fantástica, porque es una materia prima gratuita y lo que tú hagas se transforma en un producto que, además, tiene un valor agregado”. En este contexto se han organizado ecoferias, como la efectuada en abril pasado -que se repetirá en diciembre- en las que se ofrecen vasos elaborados con botellas, papel artesanal, bolsos confeccionados con tripa de caucho, jabones preparados con base en aceite residual.

También, para facilitar el mercadeo de estos productos, Provita creó la página web Tienda verde, en la que “se puede comprar on line este tipo de productos” provenientes del reciclaje o amigables con el ambiente.

CARACAS ES BIODIVERSA

En el Parque Los Caobos hay guacamayas y gavilanes que les hablan a las y los visitantes. En el Parque Generalísimo Francisco de Miranda vuelan los turpiales y pájaro carpintero. Es fácil escuchar a las guacharacas en diversos puntos de Caracas. Si Venezuela es un país megadiverso, la capital no tendría por qué no serlo.

Provita desarrolla una línea de trabajo con la biodiversidad urbana que incluye la elaboración -con el apoyo de empresas como EPA y organizaciones como la Fundación Polar- de cuadernos para colorear, charlas, actividades en las escuelas. “Queremos informarles a los caraqueños que estamos en un valle megadiverso, porque la Cordillera de la Costa es uno de los sitios megadiversos del planeta; este es un valle en el que hay especies que son únicas en el mundo y mucha gente no lo sabe”, resalta Franklin Rojas-Suárez. Una de ellas es la ranita de El Volcán, que carga con sus renacuajos en la espalda; otra, el Nogal de Caracas.

No es raro encontrarse en la capital con una pereza, señala el investigador. “La ciudad tiene vida, es importantísima y estamos trabajando por promover los jardines verdes, los techos verdes, las paredes verdes” para que haya espacios que mantengan la fauna y la flora. Al comentar el esfuerzo individual de las caraqueñas y los caraqueños, Rojas Suárez refiere que, al sembrar las flores que les gustan los tucusitos, el balcón de un apartamento puede recibir tan gratos visitantes “y con eso ya estás ayudando a conservar la fauna urbana”.

T/ Vanessa Davies
F/ Girman Bracamonte