El país reverdece con los 4.721 comités de la Misión Árbol|El pueblo más humilde de Venezuela le enseña al mundo cómo salvar el planeta planta a planta

Lisbeth García hace todos los días un pequeño milagro: el de mantener lozanas las plantas de su vivero, en un barrio ubicado frente al Hipódromo de Caracas. Dice que, especialmente con las especies forestales, la relación debe ser de amor para que esas semillas se conviertan en un árbol enorme que dé sombra y acompañe a quienes lo visiten.

Con un bluyín y la franela de la Misión Árbol (del Ministerio del Poder Popular para el Ambiente), García recorre la zona en la que, junto con su marido, Santos Ramírez, cultiva hortalizas y planifica la siembra de café cuando sea el momento oportuno (es decir, cuando pase la sequía).

Mucho se dice sobre Venezuela en el exterior, pero poco se conoce acerca del “ejército verde” que forman los comités conservacionistas de la Misión Árbol, y del cual García forma parte desde hace varios años. Ella, que llegó a la zona como ocupante ilegal y que participó en la deforestación de unas ocho hectáreas para construir una vivienda, ahora es la primera defensora de la naturaleza y la primera agradecida a la Gran Misión Vivienda Venezuela por tener un techo propio, un poco más arriba del sector que “invadió”. Su cargo, ante el Minamb, es el de promotora del bosque, y si ser promotora es hablarles a las matas, aprender sobre las diferentes especies y cambiar su entorno, se podría aseverar que García, de 38 años de edad, es mucho más que una promotora; es una defensora del patrimonio vegetal venezolano.

Con la Misión Árbol el pueblo más humilde de Venezuela –el que forman personas como Lisbeth, que no pudo completar su Bachillerato, que jamás tuvo acceso a una vivienda y que sufrió la arremetida policial hace varios años para intentar desalojarla de la zona junto con sus vecinos- le enseña al mundo cómo salvar el planeta planta por planta, metro por metro. Incluso, los tres viveros que la Misión tiene en ese pequeño perímetro frente a La Rinconada funcionan como un muro de contención para evitar nuevas ocupaciones. La barrera natural –que nadie se atreve a traspasar, porque el liderazgo y la autoridad de Lisbeth son incuestionables- son los árboles, las hortalizas, las flores.

“Se puede salvar al mundo desde aquí”, argumenta Edgardo Askar, uno de los fundadores de la comunidad.

De acuerdo con el viceministro de Conservación Ambiental, Jesús Cegarra, en el país hay 4.721 comités conservacionistas.

Verde es la esperanza

Recorrer el huerto de García –tarea que el Correo del Orinoco realiza en compañía de Cegarra y del coordinador de la Misión Árbol en el Distrito Capital y Vargas, Julio César Piñango- es constatar que no por casualidad el verde es el color de la esperanza. Verde es el orégano orejón que la mamá y lideresa utiliza como medicina natural para diversas dolencias; verdes son el pepino y el cilantro que se lleva a la boca.

A su compañero de vida, nacido en el estado Monagas y criado en Sucre, no le era ajena la naturaleza. Santos Ramírez, de 44 años de edad e integrante del Comité Conservacionista Los Samanes, habla de las plantas como si fuesen compañeras muy cercanas; ha sembrado desde pequeño, y admite que no sabe “estar metido en una oficina”. Refiere que están reemplazando los eucaliptos (que no son de la zona y que fueron sembrados hace varias décadas) por apamates y jabillos, lo que ha permitido que regresen las guacamayas. Ramírez cuenta que, cuando sale un rancho, entran “de una” a recuperar las áreas. “Queremos hacer una hacienda” y producir café para venderlo a bajo costo. Con la profundidad de sus raíces campesinas, afirma que “si llega a pasar algo” en el país, si “nos llegan a trancar La Guaira, nosotros queremos tener alimentación”.

La ventaja que tiene el cultivo de café en la zona, detalla Cegarra, es que la semilla ya está adaptada. Este rubro no es nuevo: Donde hoy funcionan estos viveros de Misión Árbol hubo, hace algún tiempo, haciendas de café. Después se consideró una de las zonas protectoras de Caracas, y posteriormente fue el espacio donde familias como las de García –en su caso, procedente de La Pastora- intentaron levantar un hogar ante la carencia de uno propio.

Pasión forestal

En el vivero de García, dedicado a especies frutales, ornamentales y forestales, sobra la belleza. Entre los ejemplares de oreja de ratón, cafecito y garbancillo relucen doblemente los geranios: por hermosos y por el nombre coloquial (novio) con el que los bautizaron (porque, según explica entre risas, huelen como los hombres cuando están enamorando a una mujer). ¿Cómo huelen los hombres cuando ya tienen una pareja estable? Su respuesta es una larga carcajada.

Las plantas con fines forestales son las más trabajosas porque “si no tienen el cuidado, la atención y el amor, se mueren”, comenta. Con ellas “hay que aplicarse, amarlas” como si fuesen un ser humano. Como mujer de las dificultades, asegura que su especialidad son, precisamente, las forestales, y enseña una pequeña caoba que, más que un árbol, es un proyecto de lo que llegará a ser en 10 o 20 años. Muestra, también, un magnífico samán, supuestamente pariente del Samán de Guere, al que le calculan no menos de cinco décadas de existencia y que sigue dando semillas.

“A mí no me gustaba esto”, confía García, aunque su familia tiene tierras en Barlovento. Paradojas de la vida: ahora no solo es promotora del bosque, sino que quiere estudiar para convertirse en perita agrónoma y protege 500 matas de café para colocarlas en la tierra.

A pulmón

Nelly Ramírez y Ana Buitriago son del comité conservacionista Los Guerreros del Bosque 4, agrupación nacida en el año 2010. La visita guiada a su vivero garantiza varias sorpresas. Una de ellas es un gallo de pelea llamado Pintao, al que le falta un ojo pero le sobra el amor. Otra, la variedad de especies como clavellinas, casco de vaca, croto y cayena, un regalo de olores y colores. Ramírez expresa que la llena de satisfacción “saber que estoy plantando un ser que va a dar vida”.

Es hija de campesinos. Nació en el estado Táchira, pero se vino a Caracas porque “cuando uno crece abre las alas y emigra”. Ahora estudia Gestión Social en la Universidad Bolivariana de Venezuela.

Para Ramírez, es un logro mantener su vivero y su huerto sin necesidad de recurrir a agroquímicos; para ello tiene recetas naturales contra las plagas. Restriega varias hojas de cilantro entre sus dedos, las huele y exclama, convencida: “Hum, criollito”. Señala la yuca amarilla, que –tal como lo relata- la mayoría de la gente no usa mucho por el color, pero es “blanda y sabrosa”.

Pasar frente al topocho genera un comentario sobre la salud del presidente Hugo Chávez: con ese ingrediente y patas de pollo quiere hacerle una sopa al Jefe del Estado para que se cure.

En la visita guiada surgen ante la vista el ocumo, el cacao, el limón, la auyama. También, la alusión a una siembra de maíz. Tal parece que no hay nada que no pueda prosperar en esa tierra trabajada con esfuerzo todos los días. Con su amplia experiencia como ingeniero forestal, Cegarra -quien les cede el protagonismo a quienes mantienen verdes los ribetes de Caracas- concluye: “El mejor fertilizante es el amor”.

Los productos de Ramírez y Buitriago, al igual que los de García, son consumidos por la propia comunidad, y también comercializados.

“Nosotros hicimos un compromiso con el Comandante de reforestar, y estamos cumpliendo”, recalca. “Amor con amor se paga”.

De La Rinconada al Waraira Repano

En el vivero de Jorge Díaz, del comité conservacionista Los Eucaliptos, el objetivo de la organización popular es muy claro: “Sembramos para salvar el planeta”. Díaz, nacido en el estado Trujillo, sabe que aun cuando “un solo palo no mueve montañas” el combate para salvar a la Tierra se cuenta en plantas, y él pone su cuota.

“Nosotros nos vamos al Waraira Repano a plantar”, comenta, con orgullo. También ha acompañado las jornadas de recolección de semillas –las de este año comenzaron el pasado sábado- para garantizar que no falte el material del que saldrán los árboles del futuro.

Díaz comenzó su faena, en 2010, con especies como caoba, croto y jabillo, enumera. Ahora la lista engrosó con zapote, níspero chino, limón, mandarina y otras especies; también exhibe sus sábilas, obtenidas a partir de una primera planta que le obsequiaron.

De la nada, este trujillano –al igual que Nelly Ramírez- convirtió una pendiente en terrazas y espacio sembrado. Recibió una donación de tierra negra que ha sabido aprovechar, y de sus manos nace el compost. La experiencia de campesinos de sus padres –que cultivaban café, plátano y cambur- le ha servido para esta nueva responsabilidad. Si el planeta estuviera en manos de personas como Nelly, Santos, Lisbeth y Jorge, sin duda que se salvaría.

T/ Vanessa Davies

F/ Miguel Romero

Caracas

Que emosionante saber que existen personas como UDS., eso es querer a nuestro país, ojala que existieran muuuchas prsonas como UDS. YO ESPERO Y DESEO QUE SI LAS HAYA, y no personas que lo que quieren es destruirlo, de personas que están envenenadas y no quieren ver muchas cosas hermosas que se están construyendo….¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¿

  • EXCELENTE INICIATIVA. OJALÁ SE REPRODUZCAN ESTOS HUERTOS Y COMITÉS CONSERVACIONISTAS EN TODO EL PAÍS