La política de la ultraderecha es la de imponer una dictadura en nuestro país, una vez tengan bajo su control el poder del Estado, que nadie se llame a engaño: así lo hicieron en 2002 y no existe ninguna razón para pensar que han cambiado de opinión. ¿Acaso Leopoldo López se ha retractado del plan golpista que hace apenas dos años puso en marcha y que se conoció como “la salida” a través de las guarimbas? Pues, no, nunca lo ha hecho porque él representa al neofascismo, y ese es un hecho que no se puede soslayar.
Es cierto que en el campo de la oposición hay fuerzas democráticas, que nada tienen que ver con los planes de López y María Machado, gente que de buena fe trabaja por un diálogo político en el país y por encontrar fórmulas que nos lleven a un acuerdo nacional.
Pero, cabe la pregunta: ¿por qué los factores progresistas de la oposición no se deslindan de manera clara y terminante de los grupos de la ultraderecha neofascista?
Una de las respuestas está en el hecho de la decisión del Gobierno de Estados Unidos de calificar a López como “líder de la oposición”, precisamente, en el mismo documento en el que declara a Venezuela, como “una amenaza” a su seguridad. Deslindarse de López, para los autodenominados “progresistas” de la oposición, es también, de alguna manera, deslindarse de los “halcones” del Pentágono y del Departamento de Estado, de EEUU.
Andan con el cuento del revocatorio, a lo que hay que decir, de una vez por todas, que así como la oposición oligárquica tiene derecho a convocarlo, el pueblo también tiene derechos políticos y, por lo tanto, puede y debe luchar contra el revocatorio.
La lucha contra el revocatorio está asociada con la lucha por la democracia y por un diálogo político de todos los sectores, que nos permite llegar a un acuerdo nacional para superar la crisis.