Sin lugar a dudas una de las fortalezas de la oposición es la inversión que han hecho en mecanismos propagandísticos y de manejo de la opinión pública.
La evidencia de esta afirmación: El trabajo de ARS Publicidad, las campañas de victimización de Richard Mardo y otros, las vallas que hablan de “la maravillosa gestión” de Carlos Ocariz.
Otra evidencia: la construcción de imagen del niño exitoso a un fascista como Henrique Capriles, el golpe de 2002, el paro petrolero, la campaña de terror de cada lunes; el incremento justificado de los precios, las entrevistas en CNN y el haber acuñado frases o términos como el de “Los enchufados”.
Según lo define el diccionario de la Academia Fascista de Primero Justicia, el “enchufado” es aquel que vota por el Gobierno para mantener un carguito, conseguir un “rancho de la Misión Vivienda” o un perol de esos chinos que andan rodando por ahí; otro tipo de “enchufado” es el “lame pies” que vive de las “migajas del Estado”.
Hoy les propongo otra acepción: un “enchufado” es ese funcionario público heredado por la Revolución que a pesar de ser flojo, ineficiente, corrupto y reposero porta un carnet que le sirve para tratar mal a todo aquel que llegue a su ventanilla y decirle frases como: “¿Bueno y tú no querías Patria, pues?”.
Un “enchufado” es el político que justifica la corrupción por el “progreso” de su grupito más cercano.
Un “enchufado” crítica al Gobierno, al país, a la gente, pero que salió de primero en la lista de los apartamentos, que tiene cupo en la Universidad o que no pela un Mercal argumentando que es su derecho.
“Un enchufado” es el que es capaz de incendiar el país para convertirse en el Rey de las cenizas. ¿La aceptan?