Venezuela continúa su camino revolucionario. Las elecciones del 8 de diciembre, que la derecha toda pretendía transformar en plebiscito contra el presidente Nicolás Maduro, realmente lo fue: se consultó al pueblo, y dio el veredicto que todos esperábamos, pues ratificó su confianza en que vivir haciendo su revolución es lo que lo hace ser feliz, como ya sabemos que lo es. El pueblo en consulta, ratificó su apoyo al Presidente que eligió el 14 de abril, y lo hizo a través de la elección de una abrumadora mayoría de alcaldes y concejales revolucionarios.
Y volviendo a lo que hace feliz al pueblo, podemos preguntar: ¿Cómo puede no ser feliz un pueblo, si está construyéndose a sí mismo, en vinculación amorosa con los poderes que hasta 1999 eran sus enemigos? ¿No tiene razones el pueblo venezolano para sentirse libre, si sabe que ahora, con el proceso nacionalista y revolucionario, se sabe pueblo soberano, cada vez más fuerte en sí mismo, y que además tiene un Estado que le protege su condición de poder popular? ¿No tenemos razones los venezolanos para recordar el pasado con horror, y ver el futuro con optimismo, si por primera vez en la existencia de la República, podemos sentirnos como parte de una comunidad, en lugar de intuir la vida como oscuridad, soledad, ajenidad, peligro y desprecio de los poderes públicos?
Uno de los signos de una verdadera revolución, como la que construimos en Venezuela, es el estado de optimismo y bienestar psicológico en que vive el pueblo que la hace, que siente que hace él mismo su revolución.
Y esto es así porque el sentirse hacedor de la nueva sociedad llena a toda una comunidad, a todo un pueblo, de un estado de confianza en él mismo y de confianza en su poder, al que percibe cada vez más grande, lo que lo hace sentirse crecientemente en resistencia confiada a cualquier agresión externa o interna, como la comunidad venezolana lo está percibiendo y concibiendo crecientemente desde hace tiempo.
¿No es para estar feliz, si en conjunción cívica con los nuevos militares, que ahora se dedican a la solidaridad ciudadana y militante, y a la verdadera defensa de la soberanía nacional, que es también solidaridad, comparten el destino común? Y ¿Cómo no ser feliz Venezuela si la comunidad puede mirar el futuro con la confianza puesta en los que ocupan los poderes públicos y que ahora no son ajenos sino que son como él mismo es?
Por todo lo anterior y mucho más, tenemos una ratificación profunda de nuestro proceso que nos llevará a una sociedad sin clases y de Nicolás Maduro como nuestro Presidente constitucional y legítimo.