Alberto Aranguibel B. | Revolución y «posicionamiento» (Opinión)

Concebido para apuntalar las bases del sistema capitalista en el mundo, el medio de comunicación juega hoy un papel determinante en la guerra económica que los sectores empresariales especuladores han desatado contra el país. Su rol en todo esto no es en modo alguno el del entretenimiento ni su función la de llevar información a la ciudadanía.

A través del medio de comunicación se estructura un discurso plutocrático coherente y perfectamente direccionado que no existe ni en la dirigencia de los sectores empresariales ni en los estamentos políticos de la burguesía, carentes como se han evidenciado de una formulación ideológica consistente que le imprima corporeidad, profundidad y alcance a su propuesta de país.

Desarrollado a partir de un manejo altamente eficiente de la planificación estratégica comunicacional, el discurso del medio de comunicación privado cumple objetivos complejos de posicionamiento del mensaje que ni en el ámbito de la derecha ni en el campo de las fuerzas revolucionarias se dominan con tal nivel de destreza y experticia. Las cuantiosas inversiones en recursos y en inteligencia calificada llevadas a cabo desde las grandes corporaciones de la comunicación a través del tiempo, le aseguran una amplia ventaja en el acceso a la mente de la cada vez más creciente población telespectadora hoy por hoy en el mundo.

Por lo general el análisis del comportamiento de los medios de comunicación en su obcecada pretensión de moldear a su antojo la conducta política de la sociedad suele hacerse desde la óptica estrictamente periodística, dejando de lado el inmenso poder que en la conformación de valores y de códigos culturales afines al modelo hegemónico burgués tiene la herramienta comunicacional, orientados a la construcción de una masa alienada, sumisa y complaciente con la barbarie consumista que desde esas élites se promueve, más que a la simple contención de las fuerzas progresistas que de su ámbito puedan emerger.

Los poderosos mecanismos al servicio de la burguesía dominante suponen un marco ideológico complejo que va mucho más allá de la lógica de la manipulación o tergiversación de la noticia, lo que por supuesto no niega en modo alguno el efecto desmovilizador de la prensa, sino que más bien lo potencia a niveles inconmensurables. En el manejo de ese complejo sistema de construcción y reforzamiento de ideología para la desmovilización, el concepto de “posicionamiento” (en su acepción más estrictamente mercadotécnica) adquiere una relevancia determinante.

En el campo del capitalismo, “posicionar” no es el exitoso alcance de un mensaje específico, ya sea un eslogan de campaña o una idea cualquiera, sino el cambio de conducta favorable a la propuesta que dicho mensaje logre en la mente del receptor. Un concepto completamente diferente al uso militar del término “posesionar” (con el cual suele confundirse la palabra “posicionar”) referido a la conquista de un territorio o una propiedad como resultado del triunfo en la batalla.

En definitiva, posicionar es el proceso de enajenación del individuo mediante la inoculación de ideas, principios o informaciones para predisponerle en un sentido o en otro respecto de los acontecimientos o las ideas que el emisor (la élite burguesa) persiga imponer como verdad. Si la hegemonía se ejerce a través del poder que otorgan herramientas de tan inmenso poder como el que generan los medios de comunicación, entonces la capacidad de dominio de la mente de la población no dependerá del manejo de la “verdad verdadera” de los hechos, sino de la fuerza con la cual esa verdad conveniente a los intereses de las élites sea inoculada.

Gramsci hablaba de ello precisando que el control de los sectores dominantes sobre las clases sometidas al modo de producción capitalista, no está dado simplemente por el control de los aparatos represivos del Estado, pues si así lo fuera, dicho poder sería relativamente fácil de derrocar mediante los votos o con una fuerza armada equivalente o superior al servicio del proletariado. Ese poder, argumentaba, está determinado fundamentalmente por la hegemonía cultural que las clases dominantes ejercen mediante el control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación.

Tal como lo plantea Chomsky “Dado que los medios son un sistema doctrinal actúan conjuntamente con las universidades (…) Hay ahí todo tipo de dispositivos de filtración para deshacerse de la gente que piense de forma independiente y pueda crear problemas. Aquellos de vosotros que hayáis ido a la universidad sabéis que el sistema educativo está muy enfocado a premiar la conformidad y la obediencia; si no haces eso, eres un alborotador. Así pues, es un dispositivo de filtración que acaba produciendo gente que, de forma realmente honesta (no mienten), han internalizado el marco de creencias y actitudes del sistema de poder en la sociedad.”

Por eso una de las luchas más tenaces y de mayor difusión por libertad alguna hoy en el mundo no es la referida al derecho a la vida, a la alimentación o al estudio, sino a la libertad de expresión. Es decir, la libertad de la burguesía para someter e imponerle a la sociedad su particular visión del universo y de la vida, mediante el uso indiscriminado de un avance del conocimiento humano secuestrado por ella para inhibir y neutralizar el natural talante revolucionario del pueblo como lo es el medio de comunicación.

Desde su ampuloso sitial de clase dominante, la burguesía establece que el único modelo aceptable de sociedad es el capitalismo, en el cual las leyes regirán únicamente para el sometimiento del proletariado y el aseguramiento de las libertades más irrestrictas para la empresa privada. Todo lo demás, ya sea en el ámbito de lo político o de lo religioso, que pueda surgir como opción alternativa a ese modelo deberá ser considerado ilegal y atentatorio contra el orden natural de las cosas.

De esa manera, el socialismo será siempre una aberración satánica que atentará contra la vida de la gente, y sus principios de justicia e igualdad social una enunciación de criminalidad brutal y salvaje, sin importar sus logros en obtención de mayor calidad de vida para el pueblo o de sus conquistas en el impulso de bienestar y progreso, siempre y cuando el instrumental mediático que pende de manera permanente sobre la sociedad capitalice de la manera más intensiva el extenso activo ideológico que a través del tiempo haya sido debidamente posicionado en la mente de la gente.

Por eso la demanda más inaplazable de esa élite empresarial es en este momento, en una misma solicitud, la eliminación del control de cambio, la eliminación de la Ley del Trabajo y la eliminación de la regulación de precios. Que en pocas palabras (y sin el más mínimo pudor) significa erradicación de todo vestigio de socialismo y reinstauración automática del viejo y nefasto neoliberalismo que tantos estragos nos causó en el pasado.

Su irresponsabilidad y su naturaleza apátrida se basan en la confianza que tienen en el poder de posicionar sus ideas contra revolucionarias de manera antojadiza, por muy absurdas que resulten. El medio siempre estará ahí para convertir la mentira en realidad y la insensatez en fantasía.

El desmontaje mediático es una tarea de primer orden para la revolución. Pero la construcción de una semántica propia para la liberación, que de el gran salto de lo reactivo a lo propositivo frente al modelo burgués y que nos permita avanzar en el logro de una comunicación verdaderamente revolucionaria, es todavía mucho más urgente para superar los perversos mecanismos de la alienación que nos atan al pasado de opresión y miseria cultural del que procuramos salir.

T / Alberto Aranguibel B.

Sr. Alberto, estoy OK con sus plateamiento, pero debemos hablarle al pueblo con un lenguaje coloquial sencillo, para que nos entienda y busquemos la solucion a este problema desde abajo y dar posibles soluciones teorico/ practicas,recuerde que de los errores es que aprendemos no de los exitos.