Columna Orgullo Down Venezuela|Un buen comienzo (Opinión)

La entrega pasada demostramos -a través de antecedentes históricos y etimológicos- que cuando alguien le dice a otro “mongólico” lo que le está diciendo es que se parece a una persona con síndrome de down o discapacidad intelectual.

Es decir, no está insultando, está discriminando, pues usa una palabra que designó (y designa) una condición intelectual especial como adjetivo descalificativo, comparando al interlocutor con alguien con trisomía 21.

Y le preguntamos: ¿qué tiene de malo parecerse o ser alguien con esta condición?

Tal vez pensará que mucho. Agradecerá que ni usted ni sus hijos “sean así”, pues aunque comparta cuanto mensaje positivo exista al respecto en redes sociales, seguramente en realidad (al menos que le haya tocado de cerca) usted no sabe mucho del tema, y en el fondo no le agrada.

No es su culpa. La sociedad actual nos ha hecho desear la “normalidad” y rechazar lo diferente. Los medios de comunicación, principales alimentadores de la cultura, han trabajado por imponer un concepto de “humano perfecto”, dejando afuera todo lo demás.

Sería pertinente recordar entonces el concepto de Freud sobre lo “siniestro”, definido como aquello que resulta “extraño”, y está conformado por todo lo que la sociedad ha empujado hacia sus bordes, pero que siempre regresa, sorprendiéndola.

Aquello que nos asusta o incomoda, lo “siniestro”, es simplemente lo que no conocemos.

¿Cómo conocer aquello que no vemos? ¿Cómo entender algo que no conocemos? ¿Cómo aceptar lo que no se entiende?

Eso precisamente es una de las consecuencias de la marginación de las minorías: el rechazo natural que sufre la sociedad ante algo que considera ajeno. Y en este renglón se encuentran, afortunadamente cada vez menos, las personas con algún tipo de discapacidad.

Volviendo a la palabra “mongólico”, cuando la decimos –más allá de la intención- emitimos un juicio de valor negativo hacia las personas con discapacidad intelectual.

Pensamos como hablamos, hablamos como pensamos. La integración y la convivencia comienzan por el Lenguaje. Por el respeto, en presencia y en ausencia. Por la aceptación social plena. Por entender que lo normal no existe, y que ser diferente es lo común.

Un buen comienzo hacia un mundo incluyente puede ser suprimir esta palabra de nuestro repertorio de insultos. Aportar ese pequeño grano de arena en la inmensa construcción de una nueva sociedad.

T/ Armando Lozada
@orgullodownvzla