Investigadora de la USB advierte sobre prácticas que no son proambientales|Una brecha separa lo que dicen las personas sobre el ambiente y lo que realmente hacen

Si se queda en la palabra, todas y todos somos defensores de la naturaleza, del ambiente. Pero si se le pone la lupa, no a lo que se dice sino a lo que se hace, probablemente se verá la inconsistencia entre lo que se asume como discurso y lo que se lleva a cabo todos los días.

La investigadora María Eugenia Gutiérrez (de la Universidad Simón Bolívar-USB) presentó ayer -en las XI Jornadas de Investigación Humanística y Educativa de la UCV- su ponencia La necesidad de educar y sensibilizar en prácticas socioambientales al personal administrativo del sector público. Gutiérrez se propuso saber qué hacen las personas -en particular, los empleados administrativos de la USB- para reducir los problemas ambientales y determinar si es necesario modificar comportamientos.

La profesora recordó que, de las 12 millones de personas que el Instituto Nacional de Estadística reporta como ocupadas,

2,3 millones son empleadas y empleados públicos, y 2 mil están en la USB. Como parte de su presentación, instó a pensar en el impacto de 2,3 millones de personas que generan desechos y consumen energía, al menos, de lunes a viernes y hasta las 4:00 pm o más. También comentó que las campañas ambientales tienen un tiempo corto de vida y obedecen a iniciativas de grupos.

POCA COHERENCIA

El empleo de la entrevista, pero también, de la observación, le permitió a Gutiérrez trabajar con base en lo que las personas expresan y lo que en realidad hacen. En su exposición en la UCV contó que pasaron unos seis meses “visitando oficina por oficina”, tres veces al día, a fin de fijarse en detalles como si se dejaban los equipos encendidos, si se apagaba la luz.

La evaluación mostró no solo escaso conocimiento sobre la terminología en materia ambiental, sino que no existe una relación entre cargos y credenciales académicas con prácticas más sustentables. De hecho, narró, hay personas con posdoctorado que dejan todos los equipos encendidos.

Mas tal vez la gran conclusión que halló la investigadora es que no hay consistencia entre lo que algunas personas dicen y lo que hacen realmente. “La gente tiene la percepción de que se comporta de una manera hacia el ambiente, pero la realidad es otra”, apuntó.

Los porcentajes así lo ratifican: Entre las empleadas y los empleados administrativos de la USB solo 7% trabaja con luz natural; 87% apaga la computadora; 67% apaga la impresora y apenas 14% lo hace con los reguladores de voltaje. Solamente 3 de cada 10 reciclan papel, citó. La observación permitió detectar que más de la mitad deja la computadora encendida al mediodía.

Todo lo que Gutiérrez encontró le permite confirmar que “no se evidenció un comportamiento proambiental consciente”. Todo el mundo asegura que quiere cambiar el planeta, sentenció, pero el primer paso debería ser transformarse a sí mismo.

DOCENTES QUE SE FORMAN PARA ELLO

¿Qué lleva a una persona a estudiar docencia en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL)? ¿Qué hace que deserte? María Teresa Bethencourt y María Margarita Villegas, investigadoras del Centro de Investigaciones Educacionales Paradigma de UPEL-Maracay, se preguntaron si el abandono del proyecto educativo podría estar vinculado con elementos como la generalización -por parte de las y los docentes- y las lecturas lineales de lo que sucede con las y los estudiantes.

Bethencourt informó que en la UPEL-Maracay se ha reducido la matrícula en 37%, y que en 2014 había 3.410 estudiantes. “Pocos estudiantes quieren estudiar docencia” por las condiciones socioeconómicas que rodean el trabajo profesoral.

Pero además, señaló la investigadora, podría haber necesidades afectivas y vocacionales que no están siendo atendidas, o estudiantes extraviados en sus proyectos vocacionales. Y “como docentes también estamos extraviados” por solo apegarse a un modelo educativo teórico, admitió.

El trabajo etnográfico que Bethencourt emprendió con 10 estudiantes -de 18 a 21 años- entre los años 2009 y 2013 le permitió a Bethencourt encontrar que tenían la expectativa de estar en la universidad para aprovechar el tiempo, la urgencia del ascenso social, “ser alguien en la vida”.

Indicó que las y los estudiantes vinculan a las universidades como una forma de ascenso social y de mejoramiento del nivel de vida. También, puntualizó, se refieren al bachillerato de manera despectiva, y asocian el liceo con disciplina y amonestación; en cambio, perciben a la universidad como espacio de autonomía. Incluso, de la distancia inicial que mantuvieron a su llegada, destacó la investigadora, llegaron a sentirla como una segunda casa.

T/ Vanessa Davies
F/ Miguel Romero