Al voto oculto y al voto castigo se suma otro aún más patético: el voto cándido.
Es el de aquellos electores que lo dieron confiando en que sus elegidos trabajarían por ellos, pero estos se aprovecharon de su buena fe para convertirse en candidatos a gobernador de estado.
Queda en los cándidos electores una sensación de estafa, engaño y diestra en el bolsillo, esto es, de asalto a mano desarmada.
Los candidatos prematuros confían en la corta memoria del votante cándido.