La frase “La economía, estúpido” salió del Comando de Campaña de Bill Clinton en 1992. Estaba escrita en una cartelera y tenía la intención de orientar a los artífices de la propaganda electoral. Quería recordar que la estrategia debería tocar directamente la situación de los votantes.
Era la respuesta directa a la campaña de los republicanos, quienes orgullosos de sus “éxitos” en política exterior, abanderados por George Bush padre, se sentían imbatibles.
Funcionó. Para el votante de Estados Unidos fue más importante su situación social y económica diaria que la paranoia anticomunista desplegada por los republicanos.
A Donald Trump le ha vuelto a funcionar una fórmula retorcida de lo mismo. Tiene promesas que están lejos de ser humanistas, pero en lo esencial su campaña se centró en hablar a los sectores que se sienten más afectados por las consecuencias internas de la ideología globalizadora dominante desde 1970.
Es curioso que cuando en 1992 se impuso la frase “La economía, estúpido”, la visión económica de los dos bandos dominantes no era diferente. Querían “libre mercado”, disminución de regulaciones, libre flujo de capitales y mercancías.
No hacía falta la noción de “país”. El debilitamiento del Estado-nación y el fortalecimiento de las corporaciones privadas era el camino.
El esquema fracasó. Ha sido una máquina de fabricar crisis y de engendrar pobreza.
Los países que en este periodo han mostrado un éxito real en su desempeño económico, son los que han apostado por un desarrollo económico con control del Estado.
En el resto del mundo ha crecido la desigualdad. Las filas de los pobres crecen. Las filas de los ricos son más pequeñas.
Si lo realiza o no, es otra discusión, pero el discurso de Trump, con una visión desde la derecha y desde el capitalismo, ha sido antineoliberal, antiglobalización y en favor del Estado-nación. En su nacionalismo bárbaro, ha dicho que “… los inmigrantes se comen a los perros y los gatos de los estadounidenses”.
Con todo, casi nada lo diferencia de sus contrincantes. Pareciera que la gente vota por quien más rompe y traiciona la democracia. Cualquiera de las victorias posibles desprestigia los valores de trabajo, honestidad, igualdad y solidaridad.
Trump, tiene una diferencia, piensa que la hegemonía de Estados Unidos es un hecho que no requiere debate. Admite pocos rivales. Todos los demás son sus lacayos.