El martes, 16 de Julio, una turba de judíos ultraortodoxos atacó a dos oficiales del Ejército israelí en Bnei Brak —periferia de Tel Aviv— cuando salían de una reunión con un rabino para crear una brigada de religiosos fundamentalistas en las fuerzas armadas. Medio centenar de hombres de saco y sobretodo negros, camisa blanca y sombrero, se enervaron al descubrirlos y comenzaron a gritar “¡asesinos!», mientras lanzaban botellas: uno se arrojó sobre el capó de un auto para impedirles partir. La consigna es «muertos o presos, antes que alistados».
Quizá Benjamín Netanhayu tenga ya decidida una fecha de invasión al Líbano y debe reforzar su tropa para operar en ese frente, en Gaza y en una Cisjordania cada día más violentada: necesita reclutas mientras centenares de miles de personas han abandonado el país. Aunque extendió a 3 años el servicio militar, no alcanza y el Gobierno ha ido a por los eximidos: los judíos ultra religiosos.
Estos se resisten, considerando que tener una fuerza armada es tan importante como una fuerza de religiosos estudiando la Torá de lo cual dependería la existencia misma de Israel. Y lo dicen en un sentido literal, oponiéndose violentamente a empuñar las armas. El resto de la sociedad observa cómo 325 de sus hijos han muerto en Gaza, mientras los ultra religiosos son mantenidos por el Estado solo para rezar y estudiar libros sagrados casi todo el día. La situación se volvió insostenible.
Las condenas políticas
El episodio en Bnei Brak fue condenado por amplios sectores de la política israelí, incluido Yitzhak Goldknopf, líder del partido ultraortodoxo Judaísmo Unido de la Torá, clave en la coalición de Gobierno de Benjamín Netanyahu. También lo condenaron los dos ministros más ultraderechistas, Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich que representan a los colonos, muy belicistas.
Los ultraortodoxos “haredí” son los que organizaron protestas en las últimas semanas contra la integración forzosa de sus jóvenes en el Ejército, después de que el Tribunal Supremo israelí ordenara tomar medidas para aumentar el número de religiosos que realizan el servicio militar obligatorio.
El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, aprobó el envío de órdenes de reclutamiento a ultraortodoxos a partir del mes de agosto, sin especificar cuántos de los 63.000 haredim en edad militar serán reclutados. Las fuerzas armadas han avisado que para el año 2024 solo podrían reclutar a 3.000 porque los ultra ortodoxos tienen requisitos especiales referidos a la dieta kosher y la convivencia con mujeres: tendrían que acomodar a los nuevos reclutas en batallones especiales.
Los jóvenes que estudian a tiempo completo en las escuelas talmúdicas yeshivá están exentos del servicio militar, al igual que los árabes israelíes (estos últimos difícilmente aceptarían pelear contra los palestinos que son sus hermanos).
«Sin base legal»
La exención de los religiosos había sido prorrogada a través de disposiciones especiales pero hace tres semanas el Supremo decidió que «no existe base legal para excluir a los hombres ultra ortodoxos del reclutamiento» y que si no sirven al Ejército, tampoco deben recibir subvenciones educativas ni asistencia social. A pesar de que el servicio militar es mixto, en el caso de los ortodoxos no convocarán a las mujeres.
Consultado por Página/12, el analista político Daniel Kupervaser explicó desde Israel: “Desde la creación del Estado de Israel, Ben Gurion aceptó el pedido de líderes ultra ortodoxos de eximir de la obligación militar a solo 400 jóvenes dedicados única y permanentemente al estudio de la Torá con perspectiva de convertirlos en eminencias en el tema. El problema se complicó cuando el componente ultra ortodoxo comenzó a tomar peso formando partidos políticos. Hoy son un 14 por ciento de la población de más de 18 años —60.000 posibles reclutas— y por su alta natalidad, su peso crecerá significativamente: hoy se acercan al 25 por ciento de los niños que comienzan los estudios primarios”.
Según Kupervaser, el sector ultra-ortodoxo de la sociedad ganó peso por el sistema parlamentario israelí, donde a pesar de ser minoritarios, son un factor crítico de intervención en la política ya que su capacidad de desempate deja en sus manos el coronar o derrocar gobiernos. Y aclara que no se debe confundir a los anteriores con los religiosos nacionalistas que son un 12 por ciento de la población y sí se alistan al ejército.
Y tampoco se debe mezclarlos con otra secta dentro de los ultra ortodoxos llamada Naturi Karta, antisionistas y pro-palestinos, quienes son una minoría ínfima. Gran parte de ellos vive en el barrio Mea Shearim de Jerusalén en unas pocas cuadras semipeatonales, casi amurallados en un ambiente que remite un poco al medioevo, haciendo una selección del uso de las tecnologías de acuerdo a su interpretación de los mandatos bíblicos: las noticias del barrio se publican en afiches que pegan en la calle.
Ellos consideran que el Estado de Israel es una abominación que no debería haberse creado ya que eso solo sería posible con la llegada del mesías y bajo su liderazgo. A modo de provocación, ellos violan la muy estricta prohibición que colocar en público siquiera un pin con la bandera palestina: la pintan en paredes y las izan muy alto para que a los soldados le cueste mucho bajarlas. Luego golpean —sin mucho énfasis— a los religiosos, quienes para evitar los embates envían a sus hijos más pequeños a blandir en la cara de los militares banderitas palestinas, muertos de risa. Porque ellos se consideran judíos palestinos que viven aquí desde hace siglos. Y lo hacen de una manera sumamente ortodoxa, casi sin salir del lugar. Tampoco les agradan los extraños: a este cronista lo expulsaron arrojándole un fierrito en la espalda y a los gritos, por ir filmando por la calle con un celular.
La mirada del sociólogo
Andy Faur es un sociólogo argentino —rabino laico— y explica a Página/12 desde Jerusalén que “no más del 50 por ciento de los jóvenes ultra ortodoxos estudian realmente en las yeshivot; el resto están registrados pero no van a las clases, trabajan en tareas informales o deambulan por las calles. Esos jóvenes son también prisioneros del sistema, siguiendo un camino predeterminado por sus líderes desde el nacimiento. Este sistema totalitario los tiene atrapados: al no tener estudios o habilidades laborales para su inserción en la sociedad, están a merced de la ayuda de sus instituciones y organizaciones comunitarias.
Al casarse muy jóvenes, tener muchos hijos y no poder sustentarse, dependen de los subsidios que puedan conseguir dentro de sus herméticas comunidades. Son el sector más empobrecido y falto de preparación y por ello reciben privilegios del Estado, incluyendo subsidios por estudiar —aunque la mitad no lo haga—, a diferencia de los universitarios que pagan sus estudios. Netanyahu está metido en un embrollo porque tiene que acatar la orden judicial de reclutar a los ultra ortodoxos, al tiempo que su principal soporte político son dos partidos ultra ortodoxos —Shas y Agudat Israel— que se oponen a esto, lo cual pone en vilo la continuidad de su gobierno”.
Susana Durman —argentina exiliada en 1975— declara para Página/12 desde Maalot —norte de Israel— con sonido de bombas de fondo: “No estoy de acuerdo en absoluto con la idea de enviar a los ultra religiosos al Ejército, porque la solución a todo lo que está pasando no es que haya más soldados, sino hacer la paz. Es absurdo lo que quieren hacer”.